El martirio de Esteban y la revelación de Jesús como el pan de vida son dos claves que nos ofrecen las lecturas de hoy para nuestra oración. Pidamos luz al Espíritu Santo para que abra nuestras inteligencias y encienda nuestro amor, de modo que entendamos y llevemos a nuestras vidas el mensaje que nos quiere transmitir hoy.
1. “Dando un grito estentóreo, se taparon los oídos; y, como un solo hombre, se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo”. La imagen se repite hoy como ayer. Son innumerables los mártires que han sufrido el mismo proceso que Esteban: sin juicio previo, con falsas acusaciones, con prepotencia (“con gritos estentóreos”), y sin que sus verdugos quieran escucharlos (“se taparon los oídos”), los que siguen al Señor son expulsados de la comunidad (“empujados fuera de la ciudad”) y ejecutados. Así le ocurrió, por citar solo un ejemplo, a Isidoro Bakanja, un joven catequista de la República Democrática del Congo (1885/1890-1909), beatificado tal día como hoy, en Roma hace 8 años. Murió mártir, después de ser despojado de su escapulario del Carmen, como consecuencia de una brutal flagelación a manos del superintendente de la factoría en la que trabajaba, a modo de castigo por evangelizar a sus compañeros de trabajo. Pero san Esteban, el beato Isidoro y los mártires de todos los tiempos son testimonios para el mundo: se acogen a las manos de Dios (“Señor Jesús, recibe mi espíritu”) y mueren perdonando (“Señor, no les tengas en cuenta este pecado”).
2. “¿Y qué signo vemos que haces tú, para que creamos en ti? ¿Cuál es tu obra?” En los objetos de plata se pueden apreciar unas marcas grabadas; son las marcas del platero. Señalan dos cosas: que esa pieza está hecha de plata sin que tenga mezcla con materiales menos nobles, y además quién fue el platero y en qué taller fue fabricado. La gente le pide una marca semejante a Jesús. En las apariciones a sus discípulos, las “marcas del platero” que les mostró el Señor fueron sus manos y sus pies taladrados, y su costado traspasado. Son marcas de autenticidad, de puro amor, sin mezcla con ninguna motivación menos noble. Son marcas de sangre, más aún, heridas profundas que identifican al autor del mayor grado del amor: el del que ha dado la vida por nosotros. En otros momentos son los fariseos y saduceos los que piden a Jesús un signo, pero no para creer en Él, sino para tentarlo (cf. Mt 12, 39; 16, 3-4). Jesús les anuncia que no se les dará más signo que el del profeta Jonás. Es el mismo signo, ya que prefigura la muerte y resurrección de Jesús. Esa es también la “obra” que le identifica.
3. “Es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo”. La muerte-resurrección de Jesús se perpetúa y actualiza en la Eucaristía. Este es el signo asombroso que nos da el Padre, infinitamente superior al maná que recibió el pueblo elegido en el desierto: ¡Es el mismo Jesucristo que se nos da en alimento! Un signo permanente, que llena nuestro aquí y ahora.
4. “Yo soy el pan de la vida. El pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo”. Jesús con su muerte y resurrección nos da una vida nueva, su propia Vida. La Vida con mayúsculas, inaugurada en la Pascua, la Vida que ya no acabará.
5. “El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed”. ¿De qué tenemos hambre y sed? ¿A dónde y a quién nos dirigimos para calmarlas? Digamos a Jesús como la samaritana: “Señor, dame de esa agua, así no tendré más sed” (Jn 4, 15).
6. “Señor, danos siempre de este pan”. Esta tiene que ser la petición que se nos tiene que grabar en la oración y a lo largo del día. Padre: “el pan nuestro de cada día (Jesús mismo) dánosle hoy”.
Oración final. Señor, sácianos con tu Cuerpo, calma nuestra sed; danos siempre de este pan. Inmaculada Madre de Dios: haznos testigos de Jesús resucitado en nuestro mundo, como san Esteban, el beato Isidoro Bakanja y como todos los mártires.