* Nos encontramos en esta tercera semana de Pascua con la fiesta de San Isidoro, un hombre que destacó por su sencillez y su gran sabiduría.
Sencillez y sabiduría, dos virtudes que no siempre van a la par en la vida de las personas. ¿Por qué? Posiblemente, porque, cuando nos creemos sabios en algo, pensamos que es por nuestros propios méritos y nos podemos llenar de orgullo y autosuficiencia y perdamos sencillez.
Es importante reconocer todos los dones que el Señor nos regala y ponerlos al servicio de los demás, pero sabiendo que los tenemos porque Dios nos los da, no por méritos propios. San Pablo en la primera lectura nos recuerda: “Me presenté a vosotros débil y temblando de miedo” porque sabe que es portador de un tesoro valioso, pero frágil, un mensaje de vida que habla de Otro, y no de uno mismo. Es ese mensaje de vida, esa Buena Noticia que portamos, la que nos hace ser sal de la tierra y luz del mundo, es decir, presencia viva de Dios allá donde estemos, pero siempre desde la sencillez, como hizo Jesús.
La sabiduría de Dios, que es diferente de la del mundo, es pura gracia, no se adquiere sólo con los libros -aunque ayuden-, sino a través de la vida interior en profundidad y desde Dios. San Isidoro decía que “es necesario progresar en la vida espiritual y, para ello, la lectura nos instruye y la meditación nos purifica; por tanto, es preciso leer con frecuencia y orar más frecuentemente todavía para así vivir en unión con Dios”.
* «Vosotros sois la sal de la tierra»
Hoy, Jesús nos habla expresamente del carácter testimonial de la vida cristiana: «Vosotros sois la sal de la tierra... vosotros sois la luz del mundo». Por lo tanto, nuestro comportamiento y obras han de tener las cualidades de ser sal y luz, y así hacer realidad la frase de Jesús: “Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo”.
Gracias a Dios, tal como dice la Carta a los Hebreos, «estamos rodeados de una gran nube de testigos» (Heb 12,1), santos y santas, que en todo tiempo han dado el sabor cristiano a la vida humana, y han contribuido a dar brillo a la sabiduría divina. Uno de ellos fue san Isidoro de Sevilla, hombre que, uniendo la fe y la cultura, trabajó para preservar el legado intelectual del mundo grecolatino y para innovar a la vez los conocimientos de su época con nuevas aportaciones. Con el método enciclopédico y ordenado de sus Etimologías, se adelantó con mucho a su tiempo. En este santo la santidad y la sabiduría se dan la mano y realizan grandes obras para mayor gloria de Dios y bien de la humanidad.
San Isidoro vio la unión entre sabiduría y santidad como un deber pastoral en bien del pueblo fiel: «El obispo debe tener un conocimiento eminente de la Sagrada Escritura, porque si se limita a tener una vida santa, sólo él se aprovechará. En cambio, si está instruido en la doctrina y en la predicación, podrá instruir a los demás y enseñará a los suyos». Con estas palabras de san Isidoro, pedimos al Señor que nos conceda pastores sabios y santos, según su Corazón.
Oración final:
Confirma, Señor, en nosotros, la verdadera fe, para que cuantos confesamos al Hijo de la Virgen, como Dios y como hombre verdadero, podamos llegar a las alegrías del reino por el poder de su santa resurrección. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.