Petición: Señor, que ponga mi vida a tu servicio.
Ideas para la reflexión: La primera lectura nos lleva a un momento importante de la primera comunidad cristiana. Habían empezado a surgir los primeros problemas porque no se atendían caritativamente igual a unos que a otros. Y en ese momento el Espíritu inspira a los apóstoles que sería bueno que alguien se encargase de esas cuestiones importantes en la vida de la comunidad, y que ellos siguiesen centrándose en la predicación.
Surgen así los diáconos.
Uno no puede evitar pensar en esas personas que en nuestras comunidades, en nuestras familias, en el día a día de nuestro trabajo, tienen una labor oculta de servicio. Los que preparan la comida, los que llevan la contabilidad, los que se encargan de que todo esté a punto en todo momento. Son puestos menos de relumbrón que otros, pero esenciales en la vida de una familia, de una comunidad.
Y Dios nos llama a ocupar también nosotros nuestro propio puesto, y a no huir de esos puestos de servicio. Sino más bien al contrario, a saber valorarlos y a ejercerlos, en el silencio, cuando nos toque a nosotros.
Oramos:
- Por eso lo primero que nos proponemos es orar sinceramente, con rostros y apellidos, por esas personas que con su servicio abnegado, sostienen nuestra vida.
- Y en segundo lugar nos ponemos delante del Señor y le preguntamos: ¿en qué puedo servirte? ¿Qué dones me has dado para que los ponga al servicio de los demás? ¿Soy yo el centro de mi vida o he puesto a Dios y a los demás en el corazón de mi existencia?
Coloquio: Tenemos un coloquio con Cristo resucitado, en el que le planteamos estas preguntas y le pedimos que nos indique que misión quiere que cumplamos. Y le pedimos humildad y actitud de servicio para cumplirla.