1 diciembre 2012. Sábado de la XXXIV semana de Tiempo Ordinario – Puntos de oración

Nos disponemos a entrar en el adviento con ánimo renovado. Pedimos a la Virgen Inmaculada nos ayude a ello contagiándonos su fe. Os propongo una canción para este rato de oración:

Madre de los creyentes que siempre fuiste fiel,
danos tu confianza, danos tu fe.

La Madre de Jesús, feliz porque ha creído, es madre de los que creemos en su Hijo. Mirándola durante este adviento podemos aprender a creer en Jesús. Creer en Jesús es una expresión nueva de los evangelios que nos hace conscientes de la novedad que Jesucristo ha traído al mundo: Él es Dios con nosotros.

Pasaste por el mundo en medio de tinieblas
sufriendo a cada paso la noche de la fe;
sintiendo cada día la espada del silencio,
a oscuras padeciste el riesgo de creer.

María peregrinó por la vía de la fe; fue descubriendo paso a paso la voluntad de Dios y realizándola con amor. A María no se le ahorro el esfuerzo de creer y experimentar la noche de la fe. Pidamos en este adviento comprender la peregrinación de la humanidad hasta le fe en Jesús como designio misericordioso de Dios nuestro Padre.

Guardaste bajo llave las dudas y batallas,
Formándose el misterio al pie del corazón.
Debajo de tu pecho, de amor inagotable,
la historia se escribía de nuestra redención.

Asombro, adoración, gratitud ante un Dios que asume la colaboración de su criatura. El misterio de Dios en el seno de María nos llena de sobrecogimiento para trasformar nuestro corazón en morada del Dios Salvador.

Y para terminar, si necesitas algo más para tu oración,  unas palabras de Joseph Ratzinger:

«María guardaba la Palabra, y por ello es nuestra Guía. Vivimos en un tiempo de corazones empedernidos que sofocan la voz de lo profundo, y en el que los pájaros del tráfago cotidiano picotean cualquier cosa que pudiese buscar nuestro interior, y los espinos de las ansias posesorias nos tapan como losas las honduras. Vivimos en un tiempo dominado -sin que la Iglesia sea una excepción- por una mentalidad de corto plazo, que aprecia únicamente lo factible y cuantificable, y ha perdido de vista que las cosas que cuentan no son únicamente las que pueden ser contadas. La eficiencia profunda, las energías que hacen realmente la historia y sus mudanzas, provienen solamente de lo que ha ido madurando con el tiempo; lo que tiene raíces hondas; lo que ha sido probado y repensado; lo que ha permanecido irremovible y aún resiste. La fuerza de la Iglesia, su poder de cambiar el mundo, no puede consistir en sus posibilidades inmediatas de hacer esto o aquello, sino en ser ese espacio al que podamos regresar en todo tiempo a recogernos en silencio para crecer, desarrollarnos y dar los frutos que podamos. Los Padres de la Iglesia, en relación con todo esto, han asignado a María el título de Profetisa. Esto no significa, en su caso, hacer obras prodigiosas y predecir el futuro, sino estar embebida del Espíritu divino, y gracias a ello hacerse sembradora y propiciar una cosecha. (…//…)

Tal es para nosotros María: la que dio el sí perfecto al mostrarse disponible sin reservas; la que supo acoger, y la que supo desprenderse para experimentar el triunfo del Amor, que es la Verdad.»

Tener cuidado de la fe, cuidarla, para que cuando venga Cristo encuentre fe en la tierra, la fe de María, nuestra fe.

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