Estamos en el primer Domingo de Adviento. Es un tiempo fuerte litúrgico. Es la puerta que nos introduce en el nacimiento de Jesús, en el misterio de la Navidad.
El Aleluya que recitaremos hoy antes de la proclamación del Evangelio, nos recuerda: “Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación”. Así con este deseo, con esta súplica iniciamos nuestra oración. Puestos en la presencia del Señor le pedimos su misericordia y nuestra salvación.
El Evangelio de san Lucas nos propone un texto que nos habla de miedo, por el que habrá que pasar hasta “ver al Hijo del hombre venir sobre una nube, con gran poder y majestad”.
El evangelio nos recuerda el carácter dramático de la historia y la fragilidad del universo. El hombre vive muy limitado por la herida del pecado, y experimenta el miedo. El miedo es la cárcel en la que el demonio retiene a la humanidad… pero para quien espera en el Señor las cosas aparecen bajo otra luz. Así discurre el texto del evangelio, entre luces y sombres, entre temor y miedo, esperanza y salvación.
Es una llamada a la esperanza. Cuando comiencen a suceder esos signos en el cielo y en el mar… “Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarás sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima, pues los astros se tambalearán”
…Pero cuando empiece a suceder esto, nos dice Jesús: “levantaos, alzad la cabeza: se acerca nuestra liberación”.
Por otra parte nos habla de prudencia, “tened cuidado: no se embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida…”
Y sigue nos alentando a “estar despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir y manteneos en pie ante el Hijo del hombre”.
Si nos esforzamos y nos dejamos invadir por la misericordia del Señor, viviremos despiertos, en actitud prudente y con esperanza segura.
El amor es el motor más eficaz para vivir despiertos, para tener cuidado. Todo depende de la fuerza y de la intensidad del amor con la que se anhela y espera al Señor.
Sí, nos levantaremos, y con la cabeza alta caminaremos en este Adviento que comienza. Seguiremos caminando si nos alimentamos cada día de la Palabra y con el Cuerpo del Señor, que se convierte en roca sólida para mantenernos en pie ante el Hijo del Hombre.
Y terminemos nuestro rato de oración con la misma súplica con la que comenzamos: “Muéstranos, Señor, tu misericordia y damos tu salvación”. Nos acogemos a Ti, Señor, porque eres pura misericordia, en ti está nuestra única salvación.
Dame la gracia en este día de fiarme totalmente de ti. Que me deje inundar de tu amor. Que mi vida esté ya siempre dirigida por tu presencia y cercanía. Que no sepa ni pueda vivir sin ti.
La Virgen María, nos ayudará a vivir de manera especial estos días del Adviento. Quedan muy pocos días para la gran fiesta de la Inmaculada, donde los Cruzados, Militantes y Colaboradores renuevan sus compromisos. Mejor, la Virgen es quien se compromete a que otro año más sigamos muy cerca a Jesús.