“La Virgen María encarna a la perfección el espíritu del Adviento, que implica escuchar a Dios
y un profundo deseo de hacer su voluntad, de gozoso servicio a los demás.
Dejémonos guiar por Ella” (Benedicto XVI. Ángelus del primer domingo de adviento)
“La Iglesia desea vivamente hacernos comprender que así como Cristo vino una vez al mundo en la carne, de la misma manera está dispuesto a volver en cualquier momento, para habitar espiritualmente en nuestra alma con la abundancia de sus gracias, si nosotros, por nuestra parte, quitamos todo obstáculo.”
(San Carlos Borromeo. Cartas pastorales.)
Estos dos textos nos pueden ayudar hoy y todo el adviento. Dejarnos guiar por María en la preciosa tarea de que Jesús habite en nuestra alma y que ella aparte todo obstáculo.
Los textos de la Palabra de Dios invitan a alentar deseos, mirar el mundo con ojos nuevos, dar gracias lo que hay a nuestro alrededor que es don, y a abrirnos al amor de Dios que se revela.
El profeta Isaías anuncia el futuro: “aquel día… brotará un renuevo, florecerá un vástago”. El adviento es tiempo para abrir el corazón a la esperanza, a la novedad, a la renovación de las cosas. Nuestro mundo lo necesita, personas muy cercanas a nosotros lo necesitan, y seguro que nosotros lo necesitamos. La oración de hoy es para poner delante del Señor en este Adviento necesidades, personas, situaciones de dificultad y dolor que conozcamos, deseos de nuestro corazón y comenzarlos todos con la frase de Isaías: “Aquel día…”
El evangelio nos invita a dar gracias. “te doy gracias Padre…” Por todo, por todos. Por el don de Dios, porque Él es Padre, porque nos da a su Hijo, porque nosotros lo conocemos. Hay tantos motivos para dar gracias que Jesús nos dice: ¡dichosos vosotros! No nos dejemos dominar y vencer por el temor, por la desconfianza, por la inseguridad.
Esto es lo que los cristianos debemos aportar en este momento a nuestro mundo: la alegría de creer, la esperanza del futuro, la seguridad en Dios. Lo esperan los que están a nuestro lado. Abramos caminos a la esperanza, a la alegría, al amor.
Te brido un precioso texto que Benedicto XVI ha pronunciado en una de sus catequesis sobre la fe, en la que al hablar del deseo de Dios que hay en el corazón humano, habla de una “pedagogía del deseo”:
“Sería de gran utilidad promover una especie de pedagogía del deseo, tanto para el camino de quien aún no cree como para quien ya ha recibido el don de la fe. Una pedagogía que comprende al menos dos aspectos. En primer lugar aprender o re-aprender el gusto de las alegrías auténticas de la vida...
Educar desde la tierna edad a saborear las alegrías verdaderas, en todos los ámbito de la existencia —la familia, la amistad, la solidaridad con quien sufre, la renuncia al propio yo para servir al otro, el amor por el conocimiento, por el arte, por las bellezas de la naturaleza—, significa ejercitar el gusto interior y producir anticuerpos eficaces contra la banalización y el aplanamiento hoy difundidos.
Igualmente los adultos necesitan redescubrir estas alegrías, desear realidades auténticas, purificándose de la mediocridad en la que pueden verse envueltos. Entonces será más fácil soltar o rechazar cuanto, aun aparentemente atractivo, se revela insípido, fuente de rutina y no de libertad. Y ello dejará que surja ese deseo de Dios.”