Así comienza la liturgia de este III Domingo de Adviento: nos lo recuerda san Pablo en su carta a los filipenses: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Es Señor está cerca”.
Es Domingo de la alegría. ¿Cuál es la causa por la cual se nos impone el deber de estar alegres, “estad alegres”? No hay que ir muy lejos para encontrar la respuesta. ¿Sabéis, por que hay que estar alegres? Y nos dice a continuación san Pablo. Porque el “Señor está cerca”.
En este camino de austeridad y privaciones que nos sugiere el Adviento, parece que por un instante desaparecen las nubes oscuras y nos envuelve el gozo de luz. Después de la espera incierta, por medio de la fe en los profetas del AT como en Isaías y que culmina en Juan el Bautista, esta espera cierta, se convierte en alegría.
Si miramos demasiado a la tierra en este momento que nos toca vivir parece que lo normal es dejarnos influenciar por una vida dominada por la queja, la crítica destructiva, la violencia, el desamparo, el sinsentido de vivir…
Pero no nos podemos dejar arrastrar por este huracán que arranca hasta las raíces de la esperanza. Porque el Señor está cerca y con Él llega la serenidad y la paz en medio de los sufrimientos.
Los medios para llegar a esta serenidad, a vivir con esperanza este encuentro de la Navidad, nos lo propone Juan el Bautista en el texto del Evangelio de hoy. “La gente preguntaba a Juan: entonces ¿qué hacemos?
“El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; el que tenga comida, haga lo mismo”… Esto es bien sencillo: ¿has mirado si todavía te queda algún hueco en tu armario, o ya no te cabe más, donde tienes tu ropa, calzado, libros, juegos… ¿Te puedes desprender de algo? Y respecto a la comida: ¿puedo pensar en manjares especiales, en comer hasta hartarse, cuando hay tantas personas en el barrio, vecinos, que no tienen suficiente para vivir con dignidad?
¿Te puedes desprender de parte de tu tiempo para acompañar a alguna persona, mayor, enferma, triste,… que lo necesite. Solo te pide que le acompañes. Que le escuches. Esto es lo que hace Jesús todos los días y todas las noches en el sagrario.
Vamos a pedir a la Virgen María que nos ayude a preparar el corazón, desprendiéndonos de algunas cosas que no sobran, para que pueda nacer Jesús en mi vida.