En este año en que san Juan de Ávila ha sido
proclamado Doctor de la Iglesia, estoy seguro de que Abelardo, tan enamorado de
la figura y doctrina de este santo, habría acudido a sus escritos para iluminar
la presente Navidad. Fundamentemos, pues, nuestra oración de mañana en las
ideas clave de uno de los sermones de san Juan de Ávila para este tiempo
litúrgico.
“Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió
en pañales, y lo acostó en un pesebre” (Lc 2, 7).
- Señora, ¿por qué quitasteis el Niño de vuestros
brazos y lo pusisteis en el pesebre? ¿No veis que no hay almohada? ¿No estaba
más caliente y más blando en vuestros brazos que en el duro pesebre?
El mismo Hijo la inspiró y la enseñó que le pusiese en
el pesebre. Pues que Él lo hace, preguntémosle a Él:
- ¿Por qué queréis, Niño, quitaros de los brazos de
vuestra Madre y poneros en el pesebre?
-
Para condenar vuestra tibieza, vuestros regalos, vuestros deseos de honras y
riquezas.
-
Niño, ¿por qué lloráis?
-
Para que entiendan los pecadores que arrepentidos pueden llegarse a Mí sin
temor.
Desde su concepción tuvo conocimiento de Dios y sabía
todos nuestros pecados, y allí estaba llorando como cada uno de nosotros. Allí
se acordaba de ti y lloraba tus pecados. Pues si está llorando por nuestros
pecados, ¿qué pecador habrá que no tenga confianza, si quiere enmendarse? ¿Hay
cosa en el mundo que dé más confianza que es ver estar a Cristo en un pesebre
llorando por nuestros pecados?
¿Qué hará el cristiano que está mirando con ojos de fe
cómo llora Cristo por sus pecados? ¡Ah, qué tarde os conocí, Señor! ¿Por qué
tantos años se me gastaron sin conoceros? ¿Quién habrá que quede tibio viendo a
Dios humanado llorar?
- Señora, ya sé, pues, por qué quiso vuestro Hijo que le
pusieseis en un pesebre. Mas me queda la duda de por qué lo hicisteis Vos así.
¿Por qué quitáis de los brazos a Aquel cuyo Padre está verdaderamente en los
cielos? ¿Por qué perdéis tanto gozo y dicha en tenerle y abrazarle?
- ¿Queréis que os lo diga? Dios os dé gracia para
saberlo entender y pensar, y que no se os olvide. Quitole de mí para dároslo a
vosotros. Es un Cordero que yo mantendré y cuidaré para vuestro provecho. Yo
trabajaré, tejeré e hilaré de mis manos para mantenerlo para los hombres.
Y para dar a entender que lo quita de sí para dártelo
a ti, se lo arranca de sus brazos para ponerlo en un pesebre. Él es el Cordero
que quita los pecados del mundo.
¡Enhorabuena venga tal día en el cual el Padre Eterno
nos da a su Hijo, y su santa Madre también, y el Niño lo acepta de corazón!
¿Qué resta sino que, desechando de mí los pecados,
reciba yo a este Niño y me atreva a decirle de aquí en adelante con gran
regocijo: Niño mío y Dios mío?