23 diciembre 2012. Domingo de la cuarta semana de Adviento – Puntos de oración


* Relación entre las lecturas: Cristo es el centro de toda la liturgia eclesial ya que celebramos su Misterio a lo largo de todo el año. Esta centralidad va adquiriendo acentos y matices según los tiempos y los momentos litúrgicos. Ya cercanos al nacimiento de Jesús, la figura de la Virgen María va adquiriendo un acento relevante en este Domingo. Ella es reconocida por su prima Isabel como la Madre del Señor (Evangelio). La cuarta semana de Adviento nos recuerda la profecía de Miqueas (Primera Lectura) así como la disposición fundamental con la que el Verbo Divino entra al mundo: «he aquí que vengo para hacer tu voluntad» (Segunda Lectura).

El profeta Miqueas, contemporáneo de Isaías, Amós y Oseas (s. VII A.C.) anunció sus mensajes tanto para Israel (Norte) como para Judá (Sur). Lo mismo que Amós; él acuso a los dirigentes, a los sacerdotes y a los profetas. Los recriminó por ser hipócritas y explotadores de sus hermanos; anunciando un eminente juicio de Dios. Sin embargo también anunció un mensaje de esperanza y reconciliación. Prometió que Dios daría la paz deseada y que haría surgir, de la familia de David, un gran rey (5, 3).

Jesús es el sumo sacerdote, perfecto y eterno según el orden de Melquisedec: santo sin pecado, garantiza el nuevo orden de Dios y nos trae la reconciliación definitiva. Él es constituido sumo sacerdote por su sacrificio irrepetible, de una vez para siempre. Como tal se sella la nueva y definitiva Alianza entre Dios y los hombres. Su sacrificio reemplaza los sacrificios en el templo terrenal, porque su sangre realiza una salvación eternamente válida. Su sacrifico irrepetible era necesario ya que quitará los pecados que el culto imperfecto -de la antigua alianza- no podía quitar.

Jesucristo sabe que lo que agrada a Dios, el único homenaje que Él acepta es la obediencia plena a su Plan Amoroso (Hb 10,5). Por eso, al entrar en el mundo por la Encarnación y por su Muerte-Resurrección (Hb 1,6); hace ofrenda de su propio cuerpo y de su existencia mortal al Padre en el Espíritu Santo. Esta ofrenda sí es agradable a Dios, porque es el homenaje de la obediencia plena.

Para el Evangelio, dejamos la palabra a nuestro querido Papa, Beato Juan Pablo II en la homilía del Domingo 21 de diciembre de 1997:

«¡Bienaventurada tú, que has creído!» (Lc 1, 45). La primera bienaventuranza que se menciona en los evangelios está reservada a la Virgen María. Es proclamada bienaventurada por su actitud de total entrega a Dios y de plena adhesión a su voluntad, que se manifiesta con el «sí» pronunciado en el momento de la Anunciación. Al proclamarse «la esclava del Señor» (Aleluya; cf. Lc 1, 38), María expresa la fe de Israel. En ella termina el largo camino de la espera de la salvación que, partiendo del jardín del Edén, pasa a través de los patriarcas y la historia de Israel, para llegar a la «ciudad de Galilea, llamada Nazaret» (Lc 1, 26). Gracias a la fe de Abraham, comienza a manifestarse la gran obra de la salvación; gracias a la fe de María, se inauguran los tiempos nuevos de la Redención.

En la Visitación de María encontramos reflejadas las esperanzas y las expectativas de la gente humilde y temerosa de Dios, que esperaba la realización de las promesas proféticas. La primera lectura, tomada del libro del profeta Miqueas anuncia la venida de un nuevo rey según el corazón de Dios. Se trata de un rey que no buscará manifestaciones de grandeza y de poder, sino que surgirá de orígenes humildes, como David, y, como él, será sabio y fiel al Señor. «Y tú, Belén, (…)pequeña, (…) de ti saldrá el jefe» (Mi 5, 1). Este rey prometido protegerá a su pueblo con la fuerza misma de Dios y llevará paz y seguridad hasta los confines de la tierra (cf. Mi 5, 3). En el Niño de Belén se cumplirán todas estas promesas antiguas.

(…)Como acabo de recordar, el Evangelio de hoy nos presenta el episodio«misionero» de la visita de María a Isabel. Acogiendo la voluntad divina, María ofreció su colaboración activa para que Dios pudiera hacerse hombre en su seno materno. Llevó en su interior al Verbo divino, yendo a casa de su anciana prima que, a su vez, esperaba el nacimiento del Bautista. En este gesto de solidaridad humana, María testimonió la auténtica caridad que crece en nosotros cuando Cristo está presente».

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