Al comenzar hoy la oración, ensanchemos nuestra alma por medio de la fe, la esperanza y el deseo para que en este tiempo de encuentro personal con el Padre en Cristo Jesús escuchemos su voz, los latidos de su corazón y con su gracia nos preparemos a vivir estos días de adviento con renovada ilusión y fruto espiritual.
Nos puede ayudar para caer en la cuenta de la presencia del Señor, imaginarnos que escuchamos el timbre de nuestra casa y…, “Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, Yo entraré y cenaré con él, y él Conmigo” (Ap 3,20).
Las dos lecturas que nos presenta hoy la liturgia de adviento nos hablan de banquetes, de comida en abundancia. El profeta Isaías en la primera lectura nos habla de la reunión de todos pueblos en la cumbre de Sión. Por medio de gestos y de símbolos muy sencillos, Dios revela sus misterios más profundos. Muchas veces habían subido a ese monte, es decir, Jerusalén, para ofrecer sacrificios. Con una intuición del Espíritu anuncia el banquete y sacrificio de los tiempos mesiánicos. Dios mismo preparará un banquete al que están invitados todos los pueblos de la tierra, festín de paz universal. El Señor ofrece la redención a todos los pueblos. Con motivo de este festín, de buenos manjares y vinos de solera, desaparecerán de los hombres las lágrimas, el luto y la tristeza.
Este texto, igual que la multiplicación de los panes y los peces que Jesús hizo y que narra el evangelio de hoy, son un anticipo del don de la Eucaristía. Luego de sanar enfermos, para maravilla y expectación del pueblo, Jesús alimenta a miles de personas con siete panes y unos pececillos.
Nosotros que participamos del banquete de la Eucaristía tenemos un compromiso de entrega y amor con todos los hombres y especialmente con los pobres y necesitados. La crisis económica, es crisis de amor, en definitiva, porque del amor brota la fuerza y la sensibilidad necesaria para fiarse del Señor. También nos pregunta: ¿Cuántos panes tenéis? El resto le toca a ÉL.
Santa Teresa de Jesús, vivió profundamente el misterio de la Eucaristía. Para Teresa en cada comunidad que fundaba, luego de la celebración de la Misa, quedaba reservado el Santísimo en un nuevo Sagrario para Jesús, expresión de fe de quien lo acoge en la propia existencia. “Las maravillas que hace este santísimo Pan en los que indignamente le reciben, son muy notorias” (Camino de Perfección 34, 5).
En estos días de adviento que la Iglesia nos regala podemos hacer el propósito de leer, meditar y orar las Sagradas Escrituras. Acojámoslas de tal manera que toquen nuestro corazón y lo conviertan al Señor.
Terminemos la oración con un coloquio a Nuestra Señora. Elijo para ello algunas frases del P. Morales:
“¡Santa María del Adviento, contigo quiero vivir con intensidad creciente esta expectativa anhelante!
¡Corazón Inmaculado de María, prepara en nuestros corazones los caminos del Señor!
¡Dios te salve, María… llena de gracia,…!