22 diciembre 2012. Sábado de la tercera semana de Adviento – Puntos de oración

Los puntos sobre las íes

Hoy hago una invitación a “poner los puntos sobre las íes”, si ello ayuda a preparar la oración. Propongo centrar la atención en una serie de íes que atraviesan este momento del Adviento. Son iniciales de palabras, unas con mayúscula y otras con minúscula. Pidamos luz al Espíritu Santo para que nos ilumine y nos encienda en su amor, para que los puntos no sean un mero juego de palabras, sino una preparación inmediata para el encuentro con la Palabra, el Verbo encarnado.

Comenzaremos con tres íes minúsculas, pero no por ello poco importantes…

1. Inminencia. El Señor ya está a las puertas. Mañana celebraremos el cuarto domingo de Adviento. Y pasado mañana será Nochebuena. Este momento es comparable a la llegada de una visita muy esperada. Acaba de llamar al portero automático, y en breves momentos estará a la puerta: “Mira, estoy a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz y me abre…” (Ap 3, 20)

2. Intensidad. Cuando está a punto de llegar alguien importante, aprovechamos para intensificar los preparativos. Hoy es un buen día para cuidar más nuestra oración y para dedicarle un tiempo extra en este comienzo de vacaciones, para hacer una buena confesión, para desprendernos de nuestro tiempo, cosas, dinero… a favor de los que tengo a mi lado…

3. Ilusión. No es una visita cualquiera la que llega a mi puerta. Es el Señor en persona; en la persona de un niño indefenso, infante, que nos interpela, y que busca nuestro amor. Quiere colmar todas nuestras valencias de felicidad. Y solo Él puede hacerlo… ¿Le dejaremos?

Y ahora nos centramos en las íes con mayúscula.

4. La Inmaculada. En este último sábado del Adviento las lecturas de la misa se centran en María. El Evangelio nos muestra a la Virgen entonando el Magníficat. Además, la primera lectura y el salmo nos presentan a Ana que ora al Señor, a continuación de la presentación de Samuel, un pasaje paralelo al cántico del Magníficat.

En el Magníficat María nos abre su alma. Es una oración que brota incontenible, a borbotones de su corazón. Se sabe llena de Dios, llena de su gracia. Su vida ya es una con el Señor. Nos dice tanto María en el Magnificat... María desborda de alegría. Ella es causa de nuestra alegría. Su alegría está en Dios, porque mira, porque su misericordia llega, porque Dios es grande. Es el Poderoso, el que hace obras grandes, y las hace en mí; el que hace proezas... ¿Cuáles son las proezas del Señor? Trastocar el orden del mundo: los humildes, los hambrientos... son enaltecidos y colmados de bienes. Sin embargo los poderosos (¡con minúsculas!, porque solo El es el Poderoso) son derribados del trono y despedidos vacíos. Son las “protobienaventuranzas”, si podemos hablar así. ¿Y a mí concretamente, qué me dice María en el Magníficat?

5. Isabel y la Iglesia. Isabel es testigo privilegiada del canto de María. Justo unos versículos antes, san Lucas nos dice que “se llenó Isabel del Espíritu Santo”. Esa es la actitud para sintonizar en profundidad con el Magníficat: gritar, a impulsos del Espíritu Santo, con Isabel –como tantas veces hacemos recitando el avemaría-: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!” La Iglesia hoy, como Isabel ayer, es testigo y transmisora de la oración de María. ¿Me siento yo también llamado a recitar y a vivir en mí el Magníficat?

6. ¿Y Jesús? ¿Dónde queda Jesús en estos puntos? Pues como siempre, en el principio, en el medio y en el final. Es el esperado, y es el silencioso oculto en el seno de María. Él es la i mayúscula, que ordena las demás íes. El monograma de Jesús es IHS (a partir de su nombre en mayúsculas en griego ‘ΙΗΣΟΥΣ’), y su título –el que Pilato escribió sobre la cruz- es: “Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum” (INRI, Jesús Nazareno, Rey de los Judíos). ¿Dónde está Jesús en estos momentos en mi vida?

Oración final. Que, en este Tiempo de Adviento, María Inmaculada nos enseñe a escuchar la voz de Dios, que habla en el silencio, y a acoger su gracia, que nos libra del pecado y de todo egoísmo, para saborear así la alegría verdadera (Benedicto XVI, 8.12.2012, ante la columna de la Inmaculada, en la Plaza de España de Roma).

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