Ofrecemos nuestras vidas al Corazón de Cristo, por medio del Corazón Inmaculado de Santa María, nuestra Reina y Madre, todos nuestros trabajos, alegrías y sufrimientos. Y lo hacemos uniéndonos por todas las intenciones por las que se inmola continuamente sobre los altares.
La primera lectura del día de hoy nos presenta al hombre santo o al hombre justo, como define San Mateo en su Evangelio a San José, el esposo de María. El hombre justo es el hombre que confía en el Señor. El hombre altivo que contempla y estudia la creación no es capaz de inclinarse ante la clamorosa realidad de un Dios que sostiene todo el universo, lo pequeño y lo grande. Sin embargo, el hombre de corazón sencillo se estremece ante una naturaleza que le grita sobre un Dios Todopoderoso y misericordioso, como San Ignacio, que tuvo problemas en los ojos por tantas lágrimas derramadas, conmovido constantemente al descubrir una mano misericordiosa que todo lo sustenta y todo lo dirige.
Es una llamada a la espera, en esta segunda semana del Tiempo de Adviento, en la que cada vez está más cerca el Señor. Pero, ¿por qué hay que esperar llenos de esperanza? Porque no nos trata como merecen nuestros pecados, porque es compasivo y misericordioso y perdona nuestros pecados, nos colma de gracia y de ternura. Es que, ¿puede una madre olvidarse de su criatura? Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré, dice el Señor.
Por eso esta llamada de Jesús a acudir a El. Porque, no nos engañemos, ¿quién no ha sentido en su existencia el cansancio de la misma vida; quién no ha sentido el agobio de los problemas cuando se instalan en el corazón, el sufrimiento de los que amamos o el abandono de aquellos que queremos? La lectura del Evangelio es breve pero ¡cuánto consuelo! Habría que escucharla como si fuese la primera vez, con el asombro ante la invitación del Señor que nos llama a descansar en el tráfago de la vida, a acudir a su manso y humilde corazón. El todo lo puede, todo lo conoce y lo abarca. Pero su corazón es humilde. Nosotros somos miserables y limitados y nuestro corazón es altivo. Que la imagen de ese Dios Todopoderoso, encarnado en ese niño que necesita de los cuidados y atenciones de sus criaturas para poder vivir, nos alcance la confianza y abandono en su Corazón.