* PRIMERA LECTURA
La última parte del libro de Baruc es un canto a la Jerusalén escatológico-mesiánica, representación del ideal pueblo de Dios. Habla en primer lugar a la comunidad judía post-exílica, que, aunque vuelta a la patria, vive en destierro espiritual, porque le falta la grandeza soñada, la libertad necesaria, el gozo de vivir y la paz del espíritu. El autor la anima a cambiar su porte de perdedora por el de salvada y glorificada y a regocijarse con los hijos que Dios le ha reunido. La fiesta que celebren sus hijos será la revelación de Dios para el mundo.
Los recuerdos del éxodo y de la marcha hacia la tierra mantienen todo el vigor de su inagotable simbolismo, aunque ahora se trate de movimientos y de caminos que recorre el espíritu. También tiene ese mismo sentido figurado la reunión de los hijos dispersos.
Dios, afirma el profeta, allana el camino que el espíritu debe recorrer para llegar a esa Jerusalén que se llamará y que será "paz en la justicia". A la justicia de la Jerusalén real se le dará paz; a su piedad, gloria. Esa Jerusalén de hijos felices será una teofanía de gloria para todos los pueblos.
* SALMO RESPONSORIAL
Benedicto XVI: El dolor visto con los ojos de Dios
Comentario al Salmo 125
Nos puede ayudar para orar la intervención pronunciada por Benedicto XVI el miércoles 17 de agosto de 2005 durante la audiencia general celebrada en el patio de la residencia pontificia de Castel Gandolfo, dedicada a comentar el Salmo 125, «Dios, alegría y esperanza nuestra».
“Cuando el Señor cambió la suerte de Sión,
nos parecía soñar:
la boca se nos llenaba de risas,
la lengua de cantares.
Hasta los gentiles decían:
«El Señor ha estado grande con ellos».
El Señor ha estado grande con nosotros,
y estamos alegres.
Que el Señor cambie nuestra suerte,
como los torrentes de Negueb.
Los que sembraban con lágrimas
cosechan entre cantares.
Al ir, iba llorando,
llevando la semilla;
al volver, vuelve cantando,
trayendo sus gavillas”.
1. Al escuchar las palabras del Salmo 125 da la impresión de ver cómo se desarrolla ante los ojos el acontecimiento que se canta en la segunda parte del Libro de Isaías: el «nuevo éxodo». Es el regreso de Israel desde el exilio de Babilonia a la tierra de los padres, tras el edicto del rey persa Ciro, en el año 538 a.C. Entonces se repite la experiencia gozosa del primer éxodo, cuando el pueblo judío fue liberado de la esclavitud de Egipto.
Este salmo asumía un significado particular cuando se cantaba en los días en los que Israel se sentía amenazado y experimentaba el miedo, pues estaba sometido de nuevo a la prueba. El salmo incluye, de hecho, una oración por el regreso de los prisioneros de ese momento (Cf. versículo 4). De este modo, se convertía en una oración del pueblo de Dios en su itinerario histórico, lleno de peligros y pruebas, pero siempre abierto a la confianza en Dios, salvador y liberador, apoyo de los débiles y de los oprimidos.
2. El salmo introduce en una atmósfera de júbilo: hay sonrisas, fiesta, por la libertad lograda, de los labios salen cantos de alegría (Cf. versículos 1-2). La reacción ante la libertad recuperada es doble. Por un lado, las naciones paganas reconocen la grandeza del Dios de Israel: «El Señor ha estado grande con ellos» (versículo 2). La salvación del pueblo elegido se convierte en una prueba límpida de la existencia eficaz y poderosa de Dios, presente y activo en la historia. Por otro lado, el pueblo de Dios profesa su fe en el Señor que salva: «El Señor ha estado grande con nosotros» (versículo 3).
3. El pensamiento se dirige después al pasado, revivido con un escalofrío de miedo y amargura. Queremos prestar atención a la imagen agrícola que utiliza el salmista: « Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares» (versículo 5). Bajo el peso del trabajo, a veces el rostro se riega de lágrimas: se siembra con una fatiga que podría acabar quizá en la inutilidad y el fracaso. Pero cuando llega la cosecha abundante y gozosa, se descubre que ese dolor ha sido fecundo. En este versículo del salmo se condensa la gran lección sobre el misterio de fecundidad y de vida que puede albergar el sufrimiento. Precisamente, como había dicho Jesús en los umbrales de su pasión y muerte: «si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Juan 12, 24).
4. El horizonte del salmo se abre de este modo a la festiva cosecha, símbolo de la alegría producida por la libertad, por la paz y la prosperidad, que son fruto de la bendición divina. Esta oración es, entonces, un canto de esperanza, al que se puede recurrir cuando se está sumergido en el momento de la prueba, del miedo, de la amenaza exterior y de la opresión interior. Pero puede convertirse también en un llamamiento más general a vivir los propios días y a cumplir las propias opciones en un clima de fidelidad. La esperanza en el bien, aunque sea incomprendida y suscite oposición, al final llega siempre a una meta de luz, de fecundidad, de paz.
Es lo que recordaba san Pablo a los Gálatas: «El que siembre en el espíritu, del espíritu cosechará vida eterna. No nos cansemos de obrar el bien, que a su tiempo nos vendrá la cosecha, si no desfallecemos» (Gálatas 6, 8-9).
5. Concluyamos con una reflexión de san Beda el Venerable (672/3-735) sobre el salmo 125 en la que comenta las palabras con las que Jesús anunciaba a sus discípulos la tristeza que le esperaba y al mismo tiempo la alegría que surgiría de su aflicción (Cf. Juan 16, 20). Beda recuerda que «lloraban y se lamentaban los que amaban a Cristo cuando le vieron apresado por los enemigos, atado, llevado a juicio, condenado, flagelado, ridiculizado, por último crucificado, atravesado por la lanza y sepultado. Gozaban sin embargo quienes amaban al mundo…, cuando condenaban a una muerte vergonzosa a quien les resultaba molesto sólo con verle. Se entristecieron los discípulos por la muerte del Señor, pero, al recibir noticia de su resurrección, su tristeza se convirtió en alegría; al ver después el prodigio de la ascensión, con una alegría aún mayor alababan y bendecían al Señor, como testimonia el evangelista Lucas (Cf. Lucas 24,53). Pero estas palabras del Señor se adaptan a todos los fieles que, a través de las lágrimas y las aflicciones del mundo, tratan de llegar a las alegrías eternas y que, con razón, ahora lloran y están tristes, pues no pueden ver todavía al que aman y, porque mientras están en el cuerpo, saben que están lejos de la patria y del reino, aunque estén seguros de llegar a través de los cansancios y las luchas al premio. Su tristeza se convertirá en alegría cuando, terminada la lucha de esta vida, reciban la recompensa de la vida eterna, según dice el salmo. “Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares” » («Homilías sobre el Evangelio» - «Omelie sul Vangelo», 2,13: Colección de Testos Patrísticos, XC, Roma 1990, pp. 379-380)”.
* SEGUNDA LECTURA
El comienzo de la carta a los Filipenses rebosa los sentimientos personales de Pablo, tal como es el tono general de esta (o estas) epístola. Concretamente les habla de la oración y confianza que él tiene. Es lógico que estos sentimientos tengan un tono cristológico clarísimo, pues Pablo no se ilusiona por razones sólo humanas. Confianza, alegría y amor..., tales son las vivencias de Pablo respecto a los Filipenses.
Destaca el sentido de unidad y comunidad que el Apóstol tiene respecto de sus cristianos, que no están expuestos con demasiado orden, sino como manifestación de afecto sincero. Deseo de crecimiento y profundización de la vida cristiana. La razón fundamental es el comienzo que ya se ha producido de la obra divina en los hombres, y más en concreto entre los ciudadanos de Filipos. Pablo es consciente de que Dios está presente y de que el amor que tiene él a su comunidad como el que tienen los propios Filipenses entre sí es obra de Dios y que tal obra no se va a quedar sin realizar cumplidamente.
Hay un rasgo muy propio del Adviento expuesto en el v.10: la esperanza y espera en la definitiva venida del Señor Jesús. La vivencia actual es un adelanto de lo pleno por venir. El amor de ahora ha de ir creciendo en todos los aspectos y ciertamente será así si nos abrimos del todo a la obra comenzada por Dios. Lo importante es esa mirada esperanzada hacia un Señor que no está sólo en el futuro, sino que se muestra ya actuando en nosotros y entre nosotros. No esperamos algo simplemente, sino algo que ya está en germen aquí y ahora. Ese algo es, sobre todo, el amor, la comunidad, la alegría. Tal es la actitud cristiana propia del Adviento y de toda la vida que es un cierto adviento continuo. Y más que esperar algo, esperamos a Alguien que nos ama; ahora lo descubrimos por la fe, pero nuestra fe se tornará en visión gozosa.
* EVANGELIO
Ahora nos ayuda este texto de San Agustín, del Sermón 277, 16-17:
“Lc 3,1-6: La Salvación de Dios es Cristo el Señor”
“Quizá a alguien le parezca que es tan claro el testimonio en favor de la visión de Dios por la carne como el que se refiere al corazón, pues está escrito: Toda carne verá la salvación de Dios (Lc 3,6). El testimonio referido al corazón es clarísimo: Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios (Mt 5,8). Tenemos también uno referido a la carne: Toda carne verá la salvación de Dios. Ante esto, ¿quién dudaría de que aquí se promete la visión de Dios a la carne, si no intrigase saber qué es la salvación de Dios? En verdad no nos intriga, puesto que no tenemos la menor duda: la salvación de Dios es Cristo el Señor. Así, pues, si a nuestro Señor Jesucristo sólo se le viese en la naturaleza divina, nadie dudaría de que también la carne vería la sustancia de Dios, puesto que toda carne verá la salvación de Dios. Mas nuestro Señor Jesucristo puede ser visto, en cuanto se refiere a su divinidad, con los ojos del corazón limpios, perfectos, llenos de Dios; pero fue visto también en su cuerpo, según lo cual está escrito: Después de esto fue visto en la tierra y convivió con los hombres (Bar 3,3.8), ¿Cómo puedo saber por qué se dijo que toda carne verá la salvación de Dios? Nadie dude de que se dijo porque verá a Cristo. Pero se duda y se pregunta si se trata de Cristo el Señor en su cuerpo o en cuanto la Palabra existía en el principio, y la Palabra estaba junto á Dios, y la Palabra era Dios (Jn 1,1). No me agobies con un solo testimonio; te lo repito al instante: Toda carne verá la salvación de Dios. Se admite que equivale a «toda carne verá al Cristo de Dios».
Pero Cristo fue visto también en la carne, y no ciertamente en carne mortal, si es que aún puede hablarse de carne tras convertirse en espiritual, pues incluso él mismo, después de la resurrección, dijo a quienes le estaban viendo y tocando: Palpad y ved, que un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo (Le 24,39). Se le verá también en esa condición. No sólo se le vio, se le verá también. Y quizá entonces se cumplirá de forma más plena lo dicho: Toda carne. Entonces, en efecto, lo vio la carne, pero no toda carne; mas entonces, en el momento del juicio, cuando venga con sus ángeles a juzgar a vivos y muertos, después que todos los que estén en los sepulcros oigan su voz y salgan fuera, y unos resuciten para la vida y otros para el juicio, verán la misma forma que se dignó tomar por nosotros. La verán no sólo los justos, sino también los malvados, unos desde la derecha, otros desde la izquierda, pues incluso quienes le dieron muerte verán al que traspasaron (Jn 19,37). Así, pues, toda carne verá la salvación de Dios. Verán su cuerpo mediante el cuerpo, puesto que ha de venir a juzgar en el cuerpo...
El justo Simeón lo vio tanto con el corazón, puesto que lo reconoció cuando era aún un niño sin habla, como con los ojos, puesto que lo cogió en brazos. Viéndole de esta doble manera, es decir, reconociendo en él al Hijo de Dios y abrazando al engendrado por la Virgen, dijo: Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo ir en paz, porque mis ojos han visto tu salvación (Lc 2,25-30). Ved lo que dijo. Se hallaba retenido aquí hasta que viera con los ojos a quien veía con la fe. Tomó en sus brazos un cuerpo pequeñito; lo que abrazó fue un cuerpo, y viendo un cuerpo, es decir, contemplando al Señor en la carne, dijo: Mis ojos han visto tu salvación”.
ORACIÓN FINAL:
Dios todopoderoso, que por la maternidad virginal de María entregaste a los hombres los bienes de la salvación, concédenos experimentar la intercesión materna de la que nos ha dado a tu Hijo Jesucristo, el autor de la vida. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.