“Rezar antes de rezar”: Nuestra oración ha de adentrarse en el misterio de la Presencia de Dios y avivar la fe en que Él está con nosotros, antes de realizar nuestra meditación y diálogo con Él. Muchas veces empezamos la oración sin considerar a quién me dirijo y sin preparar el corazón para el coloquio con Dios. Por eso es importante “rezar antes de rezar”, es decir, dedicar un tiempo a ponerme en presencia de Dios y dejarme invadir por la unción de su Espíritu. Esta oración nos puede servir para “entrar en la oración”:
Vengo a Ti, Jesús,
con mi corazón abierto
que te busca en mis noches
y desea tu presencia cercana.Vengo a Ti, para estar contigo,
sabiendo que es mejor
corazón sin palabras,
que palabras sin corazón.Vengo a Ti, con el deseo inmenso
de decirte que te quiero
cuando amanece
o cuando cae la tarde.Vengo a Ti, Jesús vivo,
hecho pan partido,
para expresarte toda mi pobreza
y toda mi riqueza,
que es haberte encontrado.Vengo a Ti, Jesús-Eucaristía,
para decirte una y mil veces
que Tú eres el mejor remedio
contra mi triste soledad. Amén.(Francisco Cerro)
En las dos lecturas de este día, tanto el Evangelio, como los Hechos de los Apóstoles, se nos habla del “testimonio”. Los apóstoles dan un testimonio que no pueden callar: La resurrección de Jesucristo. Jesús en el Evangelio afirma que da testimonio “de lo que ha visto y ha oído”, pues nos transmite las Palabras de Dios. Él es el primer y gran testigo que nos habla del Amor del Padre, que lo encarna en su vida y nos lo hace visible con su muerte en la Cruz y su Resurrección.
También nosotros estamos llamados a ser testigos de Cristo. Decía Benedicto XVI que a través de las acciones, palabras y modo de ser del testigo “aparece Otro y se comunica” (Sacramentum caritatis 85). Así, los testigos hacen posible el encuentro entre Jesucristo y los hombres de cada tiempo. Pidamos hoy ser testigos de lo que hemos visto y oído, es decir, del amor de Jesucristo que hemos experimentado en nuestra vida. Meditemos estas palabras de Porta fidei, la carta del Año de la fe:
Tratando de percibir los signos de los tiempos en la historia actual, nos compromete a cada uno a convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo. Lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que, iluminados en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene fin.