Celebramos la fiesta de
esta Santa y Doctora de la Iglesia, que defendió valientemente los derechos y
la libertad del Romano Pontífice, favoreciendo también la renovación de la vida
religiosa.
Fue proclamada patrona de
Italia, junto con San Francisco de Asís, en 1939, y doctora de la Iglesia en
1970, primera mujer, junto con Santa Teresa de Jesús.
Nos adentramos en la
meditación de este día acompañados por esta mano delicada y firme, que vivió
una de las épocas más tormentosas de la Iglesia en el siglo XIV, a causa del
cisma, de los desórdenes y de las reformas.
La oración colecta de la
Misa de este día nos muestra cómo debe ser nuestra unión con Dios:
“Señor Dios, tú que
hiciste a Santa Catalina de Siena arder de amor divino en la contemplación de
la Pasión de tu Hijo y en su entrega al servicio de la Iglesia; concédenos, por
su intercesión, vivir asociados al misterio de Cristo para que podamos
llenarnos de la alegría con la manifestación de su gloria”
Arder
en amor divino, ese es el objetivo de toda oración bien hecha.
“Dios es luz sin tiniebla
alguna”
Es una llamada a vivir en
la luz, una luz que alumbra toda nuestra vida. De lo contrario permanecemos en
tinieblas, que es el fruto del pecado, según nos enseña San Juan en la primera
lectura.
Pero si reconocemos
nuestra pobreza, Dios, que es fiel y justo, nos perdonará los pecados, como nos
recuerda insistentemente el Papa Francisco: “Dios no se cansa nunca de
perdonarnos”
Santa Catalina se
consideraba a sí misma pequeña, insignificante. Y aquí nos metemos de lleno en
el mensaje del Evangelio. Jesús da gracias al Padre porque ha escondido estas
cosas a los sabios y se las ha revelado a la gente sencilla.
Para esta Doctora de la
Iglesia, el secreto de su vida mística estaba en la Eucaristía, “alimento del
cielo que sustentó también su vida temporal” “Quiero la Sangre en la cual se
sacia mi alma”
Ser humildes es la clave
de la santidad, a la que todos estamos llamados.
Podemos acabar el rato de
oración suplicando a Dios, por intercesión de María, la Virgen humilde y
sencilla, que nos conceda esta virtud de ser y sabernos pequeños.