Celebramos hoy la fiesta
de la Anunciación del Señor, que es al mismo tiempo la fiesta de la Encarnación
del Señor. Debería haberse celebrado el día 25 de marzo, nueve meses antes de
la Navidad, pero por caer dicha fecha en plena Semana Santa –concretamente en
el Lunes Santo-, se ha trasladado al primer día posible, justo después de la
Octava de Pascua. El evangelio de la Anunciación es muy conocido, y lo habremos
contemplado muchas veces, pero siempre que volvemos a él encontramos un sentido
nuevo, estupendo, que nos llena de estupor y nos deja estupefactos. Pidamos luz
al Espíritu Santo –protagonista del acontecimiento- para que ilumine en
nosotros el sentido profundo de la Anunciación y de la Encarnación del Señor.
Podemos considerar cuatro puntos para nuestra contemplación, fijándonos en las
perspectivas del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, así como en la de María.
1.
La Encarnación desde el Padre. “El ángel Gabriel
fue enviado por Dios...”Accedemos a la visión del Padre a través de las
palabras de su mensajero, el ángel Gabriel. Su nombre significa “Fuerza de
Dios”. Es el “que sirve en la presencia de Dios” –así se presenta ante
Zacarías- (cf. Lc 1, 19). Se presenta ante María diciendo: “El Señor está
contigo”. La Encarnación es Dios que se hace cercano, Dios con nosotros. Es
el abajamiento de Dios. Porque “para Dios nada hay imposible”.
2.
La Encarnación desde el Hijo. “concebirás y darás a luz un hijo”. Dios hecho hombre, se hace uno de los nuestros. Esa es la
señal que Él mismo da a Acaz y a nosotros hoy: “Mirad: la virgen está
encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa
«Dios-con-nosotros»” (primera lectura). Es el Verbo, que al entrar en
nuestra historia exclama: “Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad”(salmo
y segunda lectura). Es lo que recordamos en el Credo: “Y el Verbo se hizo
carne, y habitó entre nosotros”, y en el ángelus: “por nosotros los
hombres y por nuestra salvación bajó del cielo (...) y se hizo hombre”.
Y como todo hombre llevará un nombre: “Y le pondrás por
nombre Jesús”. Hemos meditado en estos días de la Octava de Pascua: “no
tenemos otro nombre bajo el cual podamos ser salvados” (Hch 4, 12).
Fijémonos en los seis atributos de Jesús que revela Gabriel a María: 1) “Será
grande”; 2) “se llamará Hijo del Altísimo” –y más adelante, “El
Santo (...) se llamará Hijo de Dios”- ; 3) “el Señor Dios le dará el
trono de David, su padre”; 4) “reinará sobre la casa de Jacob para
siempre”, y 5) “su reino no tendrá fin”.
3.
La Encarnación desde el Espíritu Santo. “El Espíritu
Santo vendrá sobre ti”. Es lo que recordamos en el Credo: Jesucristo,
“por obra del Espíritu Santo se encarnó del Espíritu Santo y se hizo hombre”,
y en el ángelus: “Y concibió por obra y gracia del Espíritu Santo”. María
concebirá no por medio natural, sino por el Espíritu Santo, “la fuerza del
Altísimo” que la “cubrirá con su sombra”.
4.
La Encarnación desde María. “Alégrate, llena de gracia, el Señor está
contigo”. Las primeras palabras del ángel son también las
primeras palabras del avemaría. Que en la oración, y a lo largo del día, no
cese esta plegaria en nuestro corazón. Es lo que recordamos también en el
Ángelus: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.
El ángel no se dirige a
la Virgen por su nombre, sino por el don que solo Ella ha recibido. Es la
llena-de-gracia. Este es el nombre nuevo que la Trinidad otorga a María. Ella
es la única criatura inmaculada, la que “ha encontrado gracia ante Dios”.
Llena de gracia, toda hermosa. Escribe Benedicto XVI en “la infancia de Jesús”
que “en griego, las palabras alegría y gracia (chará y cháris), se forman a
partir de la misma raíz. Alegría y gracia van juntas”. Siguiendo este
argumento, si María es la llena de gracia, y alegría y gracia van juntas,
¡María es la llena de alegría! Por eso en el Magníficat dirá: “se alegra mi
espíritu en Dios mi salvador”.Cuando notemos que nos falta alegría,
acudamos a la Virgen. Todo el que se acerca a Ella queda contagiado de la
alegría del Espíritu Santo. Así lo proclama Isabel, que al recibir a María en
la Visitación exclamó: “en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura
saltó de alegría en mi vientre”. La causa de la alegría de la Virgen, la
plenitud de su gracia, radica en su unión con la Trinidad. Solo de Ella se
podrá decir de modo propio: “el Señor está contigo”. Ella es la “bendita
entre todas las mujeres”. En Ella el Verbo se hizo carne en su carne, carne
de su carne.
5.
“Aquí la esclava… Hágase”. María es el modelo de
nuestra respuesta al Señor. Es “Santa María del Hágase”, como la llamaba el
Padre Morales. Pidamos a María que nos enseñe a decir “sí”.
Oración final. Recitemos hoy despacio el ángelus y el
avemaría. También podemos invocar a la Virgen diciendo: Hija de Dios Padre,
Madre de Dios Hijo, Esposa de Dios Espíritu Santo, Templo y Sagrario de la
Santísima Trinidad, Mujer del Hágase y del Estar: enséñanos a responder como Tú
a la voluntad de Dios.