“¡Dame, Señor, la alegría de tu resurrección! Que no sea yo un rácano de la alegría. No digo ya un tristón –no lo quieras, tú, Señor- sino ni siquiera un rácano de la alegría. Yo, como cristiano, tengo que estar feliz porque me sé carne de resurrección.”
Tenemos que orar así, con sentido común y con sentimiento. Sabemos que estamos resucitados –sentido común-, pues ahora hay que entregarse a los sentimientos de ese conocimiento: alegría, paz, serenidad.
Por otra parte, la historia de los Hechos de los Apóstoles, contada por san Lucas nos debería estar haciendo vivir estos días con una oración muy apostólica. Tenemos que rezar también con estos pasajes tan vivenciales. “Se desató una persecución tan violenta, que se dispersaron todos menos los Apóstoles… Al ir de un lugar para otro, los prófugos iban difundiendo el Evangelio.” Bonitos temas de meditación. Al menos dos temas:
- La persecución no hace más que aventar el Evangelio. Misteriosamente, el tener que huir de la espada del tirano, sirvió para que el Evangelio llegase a todos los confines del mundo conocido entonces. No tengamos miedo a la persecución. Es fácil decirlo, no tanto creerlo y mucho menos quererlo. Hagamos un rato de oración sobre esto.
- Los Apóstoles, permanecieron en la ciudad. Les costó la vida a muchos de ellos allí mismo, y a todos, en poco más o menos tiempo. Pero ellos, que ya huyeron en su día cuando el prendimiento de Jesús, no estaban dispuestos a volver a huir. Seguirían a su Señor hasta la muerte, porque habían recibido ya la fuerza de lo Alto. Pidamos la fuerza del Espíritu Santo
La consecuencia de propagar el evangelio en la ciudad es el precioso comentario de san Lucas al final de la lectura: “la ciudad se llenó de alegría”. Si es que no puede haber verdadera alegría sin Cristo, pero con él no puede faltar la verdadera alegría. Es un buen signo de verosimilitud. Cuando hacemos apostolado y propagamos el evangelio ¿la ciudad, nuestros amigos, nuestros compañeros, nuestra familia… se llenan de alegría? Solo si nosotros estamos alegres transmitiremos esa alegría, solo si nos transformamos en Cristo podremos dar la verdadera alegría.
La manera de transformarse en Cristo nos la explica la lectura del Evangelio de san Juan: “Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed”. Comer la carne de Cristo y beber su sangre nos saciará de hambre y sed y ese alimento realizará en nosotros la transformación que pedimos. Suspiremos por la Eucaristía de hoy. Hagamos hambre y sed de Cristo.