La primera lectura nos deja perplejos ante la desbordante acción apostólica de los apóstoles. A su lado uno se siente un pigmeo, un bloque de hielo. Qué fuerza y que pasión la de estos primeros anunciadores del evangelio. Causarían asombro antes las gentes pues sus miradas estarían llenas de luz, predicaban con la palabra pero sospecho que más con sus propias vidas.
Hoy el mundo espera apóstoles así, quizá con vaqueros, con corbata o con un pendiente o un tatuaje, pero con esa ilusión en sus vidas que nace del encuentro personal con Cristo. Que cada día busquemos ese rato de intimidad a solas con El, para escuchar en lo íntimo del corazón: “me voy y vuelvo a vuestro lado”. Eso Señor, estate a nuestro lado, no nos dejes que somos poquita cosa. Así seremos capaces de trasmitir la vida a los hombres que viven tan lejos de Dios.