En este día de gozo por la resurrección del Señor, al comenzar nuestra oración, podemos pedir a la Virgen María, maestra oración, que nos ponga junto a su Hijo y así mirándole nos dispongamos a entablar un dialogo de amistad con Jesús. San Ignacio, en la primera contemplación de la cuarta semana que es sobre la aparición de Cristo resucitado a su madre pide al ejercitante que considere el “oficio de consolar que trae Cristo nuestro Señor, comparando cómo un amigo suele consolar a otro”.
Salmo responsorial: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular” (Sal 117)
El salmo de la misa nos puede introducir en la meditación de hoy. No pensemos en los judíos de la época de Jesús, sino en nosotros. Los arquitectos son todos los que cierran su corazón a Dios y rechazan a Cristo que es la “piedra” que da sentido final y acabado perfecto a nuestras vidas y ensamble definitivo a la historia de la humanidad.
Meditación del Evangelio del día: Jn 21, 1-14
Un grupo de apóstoles ha regresado de nuevo al lago de Tiberiades y vuelven a la vida de antes, aparentemente como si nada hubiese acontecido. Pedro dice: “¡Voy a pescar!” Los otros dijeron “¡Nos vamos contigo!” Tomaron el barco y fueron a pescar. . Pero realmente algo había acontecido. ¡Algo estaba aconteciendo! ¡El pasado no volvió! “¡No hemos pescado nada!” Volvieron a la playa cansados. Fue una noche frustrante.
Jesús estaba a orillas del mar, pero ellos no le reconocieron. Y Jesús pregunta: “Muchachos, ¿no tenéis nada que comer?” Respondieron: “¡No!” Ellos habían sido llamados a ser pescadores de hombres (Mc 1,17; Lc 5,10), y querían volver a ser pescadores de peces. Pero algo había cambiado en sus vidas. La experiencia de tres años con Jesús produce en ellos un cambio irreversible. Ya no era posible volver atrás como si nada hubiera acontecido.
Jesús, aquella persona desconocida que estaba en la playa, mandó que echasen la red por el lado derecho del barco. Ellos obedecieron, echaron la red, y fue un resultado inesperado. ¡La red se llenó de peces! ¡Cómo era posible! El discípulo amado dice: “¡Es el Señor!” Esta intuición lo aclara todo. Pedro se tira al agua para llegar más deprisa cerca de Jesús. Los otros discípulos fueron detrás con el barco arrastrando la red llena de peces.
Jesús llama a todos “¡Venid a comer!” Él tuvo la delicadeza de preparar algo para comer después de una noche frustrada sin pescar nada. Ninguno de sus discípulos se atrevía a preguntar quién era él, pues sabían que era el Señor. Y evocando la eucaristía, el evangelista Juan completó: “Jesús se acercó, tomó el pan y lo distribuyó para ellos”. Sugiere así que la eucaristía es el lugar privilegiado para el encuentro con Jesús resucitado.
Podemos concretar la meditación haciéndonos algunas preguntas:
¿Te ha sucedido alguna vez que te hayan pedido algo que contraríe toda tu experiencia? ¿Has obedecido? ¿Echaste la red? ¿Cómo es tu delicadeza en las cosas pequeñas de la vida?
Petición final: Jesús, concédeme la gracia de verte siempre a mi lado, especialmente en los momentos de dificultad. Quítame esta ceguera de pensar que haciendo lo que me apetezca voy a ser feliz y a resolver mis problemas. Haz que caiga en la cuenta que te necesito y que debo obedecer tus indicaciones. Ayúdame a encontrarte en la Eucaristía y en los más necesitados.