Hay una frase en la primera lectura, tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles, de una contundencia innegable: "Nosotros no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído."
Quien tiene una experiencia de Dios.., no puede por menos de contar lo que ha visto y oído.., aunque haya sido una persona no creyente...; y aunque al decirlo, pueda poner en peligro su vida...
Me gustaría traer a colación en estos momentos, un testimonio escrito, de que lo que afirmo es cierto. Quizás hayas leído un libro que edita Ediciones Palabra, y que ya se encuentra en su 19ª edición y titulado: El esbirro de Sergei Kourdakov. El P. Ángel Peña O.A.R. en su obra "Vale la pena vivir", hace una síntesis magnífica de como el autor de "El esbirro", narra esta verdad: "No se puede por menos de contar lo que hemos visto y oído" Te transcribo el texto para tu oración de hoy.
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5.- Sergei Kourdakov (1951-1973), a los cuatro años quedó huérfano de padre, que fue fusilado, cuando Kruchev hizo una purga de los colaboradores de Stalin. Al poco tiempo, murió también su madre y Sergei fue enviado a un orfanato del Estado, donde sufrió mucho por la dureza y crueldad de sus educadores; pero donde llegó a ser, por su carácter fuerte y decidido, el líder de todos los jóvenes del colegio.
En 1966, a los 15 años, fue designado jefe de la organización juvenil comunista de Barysevo, lo que le dio la oportunidad de entrar a estudiar en la Academia naval de Leningrado, a donde fue destinado. Al pasar por Moscú, fue a visitar la tumba de Lenin, pues era un comunista aguerrido y ateo convencido. Dice en su Autobiografía: Cuando me aproximé a los restos mortales del Padre Lenin, fui invadido por un sentimiento de temor y veneración. Me acerqué y miré tranquilamente el cuerpo del hombre que había ocupado tantas horas de mi estudio y que era un dios para mí. Estaba en el origen de mi religión, que me había ofrecido algo en lo que creer por primera vez en mi vida… Me incliné y le dirigí una oración. Fue efectivamente una oración. No puedo llamarlo de otra forma. Recé: Ayúdame a comprender tus enseñanzas y asimilarlas. Aparta los obstáculos y los peligros de mi camino y de mi vida. Escúchame y guíame. Ayúdame, Padre Lenin[1].
En 1968 lo destinaron a la Academia naval de Petropavlovk en Kamchatka, a 640 Kms de distancia. Allí lo nombraron jefe de la liga juvenil comunista de la Academia, que tenía unos 1.200 alumnos. En mayo de 1969, lo hacen jefe de un grupo especial, al que pertenecían 20 alumnos escogidos, destinados a luchar contra la religión. Los habían convencido de que los creyentes en Dios eran los peores enemigos del Estado, pues se reunían secretamente para complotar contra el país. Por eso, había que eliminarlos a toda costa. Por cada intervención que hacían les pagaban 25 rublos al mes, cuando a los alumnos de la Academia les pagaban 7 rublos y a un oficial naval, recién salido de la Academia, le pagaban unos 70 rublos.
Durante dos años, hizo unas 150 intervenciones en reuniones clandestinas de creyentes, a quienes mataban, golpeaban sin piedad o llevaban presos. A todos ellos los fichaban y muchos eran condenados a trabajos forzados en Siberia. En 1970, durante una operación en la calle Okeansakaya N° 66, encontró a una bellísima joven, Natacha Zdanova. A los tres días, la encontró de nuevo en otra reunión de creyentes. Le habían pegado ferozmente, le habían amenazado, le habían hecho advertencias. Había soportado sufrimientos inimaginables, pero allí estaba de nuevo… Ella tenía algo que nosotros no teníamos. Me entraron ganas de salir corriendo y preguntarle: ¿qué es? Yo me encontraba muy impresionado y, al mismo tiempo, profundamente confundido por aquella heroica joven cristiana, que tanto había sufrido entre nuestros puños[2].
Esta bellísima y valiente joven le hizo darse cuenta seriamente, por primera vez en su vida, de que los creyentes no debían ser tan locos ni tan enemigos del Estado como le habían hecho creer. Natacha le había cambiado su opinión sobre ellos.
Un día de julio de 1970, mientras estaba leyendo unos escritos que les había quitado a los creyentes, vio una hoja manuscrita del capítulo 11 del evangelio de san Lucas. Mientras leía, me llamaron la atención algunas palabras. Eran como una oración… Aquello no era en absoluto un escrito anti estatal. Decía cómo ser mejores y perdonar a quienes nos han ofendido. Me pareció que aquellas palabras saltaban del papel y se me grababan en el corazón… Era como si allí a mi lado hubiera alguien que me enseñaba aquellas palabras y me las explicaba. Me causaron un gran impacto. Las releí varias veces y me puse a meditarlas, perdido en lo que me parecía una maravilla… Era un sentimiento totalmente nuevo para mí. Durante los días y las semanas que siguieron, aquellas palabras de Jesús me acompañaban. No conseguía quitármelas de encima… Me guardé aquellas páginas y durante semanas no hice más que leerlas y releerlas[3].
Estaba en un estado interior de gran confusión, pero un día sucedió algo durante una intervención. Quería pegarle (a una anciana) con todas mis fuerzas para acabar con ella. Entonces, se produjo una de las cosas más extrañas. No puedo describirla bien. Alguien me agarró por la muñeca y dio un tirón hacia atrás. Me quedé estupefacto. Me hizo mucho daño; y no era pura imaginación. Alguien apretaba de verdad mi puño con tal fuerza que me lastimaba. Pensé que se trataría de un creyente y me volví para golpearle. ¡Pero allí no había nadie! Miré detrás de mí. Nadie había podido cogerme el brazo y, sin embargo, alguien me había agarrado. Todavía sentía el dolor. Me quedé confundido. La sangre se me subió a la cabeza… Las lágrimas empezaron a caer por mis mejillas[4].
Ésta fue su última intervención. Además, se había ya desilusionado de los jefes del partido comunista. En una fiesta, organizada por las altas autoridades del partido en Kamchatka, había observado su vida a todo lujo y cómo ellos, al estar borrachos, decían no creer en el comunismo. Aquellos hombres no creían en el sistema, sino que lo utilizaban para su provecho personal… Mi idealismo decepcionado murió aquella noche del centésimo aniversario del nacimiento de Lenin, el 22 de abril de 1970[5].
Renunció a su trabajo en la policía secreta y fue transferido a la Academia naval de Tomsk; donde, en enero de 1971, obtuvo el diploma de oficial telegrafista de la marina soviética. Lo destinaron a trabajar en distintos barcos y, estando de servicio en la nave espía Elagin, a pocos kilómetros de las costas canadienses, decidió huir hacia la libertad la noche del 3 al 4 de setiembre de 1971, lanzándose al mar en plena tempestad. Después de muchas dudas, el gobierno canadiense le concedió asilo político y su caso fue publicado en periódicos, radio y televisión del mundo entero. Para él lo más importante era encontrar a Dios, no sólo la libertad. Y lo encontró. Valió la pena arriesgarse y lanzarse al mar en una noche oscura y borrascosa, prefiriendo morir antes que llevar aquella vida sin Dios y sin libertad.
Las últimas palabras de su libro se las dedica a Natacha: Natacha, en gran parte ha sido gracias a ti como mi vida ha cambiado y yo soy un creyente en Jesucristo, como tú. Tengo una nueva vida por delante. Dios me ha perdonado, espero que tú también me perdones. Gracias, Natacha, dondequiera que estés. ¡Jamás te olvidaré! ¡Jamás![6].
Pero la KGB, la policía secreta rusa, le seguía la pista. Él ya había anunciado que, si le pasaba algo, todo tendría la apariencia de un accidente.
Lo mataron el 1 de enero de 1973 por traidor al régimen comunista; sin embargo seguirá viviendo en la paz de Dios y será siempre un ejemplo para los jóvenes valerosos que lo arriesgan todo por Dios y por la libertad.
[1] Kourdakov Sergei, El esbirro, Ed. Palabra, Madrid, 2003, p. 114.
[2] ib. p. 242.
[3] ib. pp. 267-268.
[4] ib. p. 277.
[5] ib. p. 223.
[6] ib. p. 311.