Mt 5, 13-16 CICLO C
Al iniciar la oración es conveniente comenzarla con una cierta preparación externa que nos llevará a la actitud interna del conocimiento del Señor, siendo consciente qué es lo que voy hacer y ante quien lo voy hacer.
Para poder cumplir la misión que Jesús nos confía de ser luz del mundo y sal de la tierra no tenemos que caer en la tentación de utilizar los métodos humanos de eficacia y rentabilidad. La sal es la primera de las imágenes a que apela Jesús para definir la identidad de sus discípulos. La sal es elemento familiar a cualquier cultura, desde siempre se ha empleado para dar sabor a la comida. La sal es un protagonista muy especial en el mundo de la alimentación, pues se disuelve por completo en los alimentos y se pierde en sabor agradable. Su presencia discreta en la comida no se detecta; en cambio su ausencia no puede disimularse. Esa es su condición: actuar desapercibida.
Es una hermosa manera de expresar el cometido del cristiano; ser sal de la tierra, sal humilde, fundida, sabrosa, que actúa desde dentro, que no se nota, pero que es indispensable. Una lección se desprende de aquí: la fe cristiana, es todo lo contrario de un aguafiestas, porque es gozo, no tristeza. Nuestro cometido como bautizados es ser sal y sabor de la vida, ser esperanza y optimismo en medio de este mundo desesperanzado y aburrido, anunciar sin ostentación la riqueza de una vida cristiana interior, fecunda y alentadora para los demás.
Según Jesús el cristiano ha de ser también luz del mundo. El simbolismo de la luz tiene un largo y fecundo itinerario bíblico: desde la primera página del Génesis que describe la creación de la luz por Dios, pasando por la columna de fuego que guía al pueblo judío en su éxodo, pasando por los profetas, hasta llegar a la plena luz de la revelación en Cristo. Él mismo afirmó de sí mismo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida (Jn 5, 12).
¿Cómo puedo hoy luchar para ser sal de la tierra y luz del mundo?
Somos sal y luz, cuando en mi vida cotidiana me olvido de mí mismo, de mi propio interés, de mis ilusiones en beneficio de los que Dios ha puesto en mi camino.
Somos sal y luz cuando no utilizo los métodos del mundo, de dar codazos, poner zancadillas, aunque las den otros; sino que considero que las personas que me rodean son mis hermanos, a los que intento servir, ayudar y comprender.
Terminar la oración con una acción de gracias por la confianza que Jesús resucitado ha puesto en nosotros de hacernos sal de la tierra y luz del mundo y una súplica de que no nos falte nunca su luz y su fuerza.