Antes de iniciar nuestro rato de oración nos ponemos en la presencia de Dios y hoy de manera especial buscamos hacer la oración en la presencia de Jesús Eucaristía.
En el texto del Evangelio de hoy los judíos se hacen una pregunta que no oculta un cierto temor de “canibalismo”: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”. Los judíos entienden esta frase en el peor de los sentidos. En su respuesta Jesucristo no quita de su cabeza esta absurda idea sino que más bien parece que la corrobora: “Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros”.
La Eucaristía es el regalo más grande que Dios ha podido pensar para hacerle al ser humano: “Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo”. Jesús se nos da en comida para que nos transformemos en Cristo. En nuestra naturaleza humana está el que cuando comemos un alimento cualquiera se transforma en parte de nuestro cuerpo; pero cuando comemos el Cuerpo de Cristo, es Cristo el que nos transforma en cuerpo suyo y se cumple el gran deseo de Dios: transformarnos en Cristo.
A Dios Padre y a la Iglesia les gusta que los fieles reciban la Eucaristía lo más a menudo posible, pero de forma especial nos pide que lo hagamos en el tiempo pascual. Que importante es, por tanto, recibir al Señor en la Comunión y para ello preparar ese momento con una buena confesión: te propongo como objetivo de este fin de semana hacer una buena confesión.
En la primera lectura de la misa de hoy hemos leído la conversión de San Pablo. Es curioso como a pesar de las primeras impresiones, Dios elige a Saulo para que sea el instrumento necesario para dar a conocer el nombre de Dios por todo el mundo. La narración es de una riqueza inmensa. Dios no necesita grandes masas de hombres que se conviertan sino santos sencillos que sean fieles a la llamada de Cristo.
Terminamos nuestra oración pidiéndole a María que suscite en su Iglesia figuras como Pablo que supongan una renovación total en la Iglesia.