9 abril 2013. Martes de la segunda semana de Pascua – Puntos de oración

* Primera lectura: Una de las consecuencias más visibles de la Pascua, para la primera comunidad cristiana, fue esta fraternidad tan hermosa que nos narra el libro de los Hechos.

Se trata de uno de los «sumarios» que Lucas redacta en los primeros capítulos sobre cómo se desarrollaba la vida de los cristianos de Jerusalén. La vitalidad y la armonía de aquella comunidad están quizá idealizadas. Basta seguir leyendo para ver que pronto aparecen tensiones y discrepancias. Por ejemplo Ananías y Safira -en una escena que no leemos- no quisieron aceptar eso de poner en común sus bienes. Lucas nos presenta cómo debería ser una comunidad cristiana que cree en Cristo Jesús y sigue su estilo de vida. Y cómo, en efecto, era en buena medida.

Por una parte, él describe una vida fraterna entendida como unión de sentimientos -un solo corazón y una sola alma-, comunidad de bienes y solidaridad con los más pobres. Destaca la generosidad de un discípulo que luego tendrá importancia en la historia de los primeros años de la Iglesia: Bernabé.

Por otra, es importante que Lucas nos diga que -a pesar de las persecuciones- «los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor». Siempre predican lo mismo: la resurrección de Jesús. Y lo hacen con valentía.

Son dos efectos notables de la Pascua para la comunidad: la fraternidad interior y el impulso misionero hacia fuera. Oportunas estas palabras de Tertuliano:

«Es norma general que toda cosa debe ser referida a su origen, y, por esto, toda la multitud de comunidades son una con aquella primera Iglesia fundada sobre los Apóstoles, de la que proceden todas las otras. En este sentido son todas primeras y todas apostólicas, en cuanto que todas juntas forman una sola. De esta unidad son pruebas la comunión y la paz que reinan entre ellas, así como su mutua fraternidad y hospitalidad. Todo lo cual no tiene otra razón de ser que su unidad en una misma tradición apostólica» (Sobre la prescripción de los herejes, 20).

* Evangelio: "Es preciso nacer de lo alto". Nicodemo está verdaderamente confuso y no comprende este nuevo lenguaje. De hecho, no posee el lenguaje del corazón, el lenguaje de un amor de horizontes infinitos. Pero Jesús no niega el carácter misterioso de las palabras que pronuncia, y para iluminarlas recurre a una comparación. También el viento es misterioso (en hebreo, una sola palabra sirve para designar al viento y al espíritu): se sienten sus efectos, pero no se le puede ver. Algo así sucede con los que han nacido del Espíritu: se les puede ver (son los que aceptan la palabra de Jesús), pero no se sabe nada acerca del momento y el modo en que el Espíritu les ha hecho nacer. En cualquier caso, el proceso no es comparable al de un nacimiento físico (1, 13).

El discurso va tomando altura progresivamente. Contempla la obra de Cristo y, con absoluta naturalidad, proyecta la cruz "en filigrana". La posibilidad de regeneración, del nacer de nuevo, está condicionada por un proceso en dos tiempos. Era necesario que Dios se encarnara. Y, en segundo lugar, tenía que ser "elevado" como la serpiente de Moisés, de la que el libro de los Números (21, 9) dice que sanaba a quien la mirara, con lo cual daba a entender que quien se volviera hacia Dios quedaba salvado. De la misma manera, quien pone su fe en Cristo posee la vida eterna.

Comenta San Agustín: «¿Qué es la serpiente en lo alto levantada? La muerte del Señor en la Cruz. Porque la muerte es la serpiente, por su efigie fue simbolizada. La mordedura de la serpiente es mortal. La muerte del Señor es vital. Se mira a la serpiente para aniquilar el poder de la serpiente... Pero, ¿qué muerte es ésta? Es la muerte de la vida; y porque se puede decir, es admirable lo que se dice... ¿No es Cristo la Vida? Y, sin embargo, Cristo está en la Cruz. ¿No es Cristo la Vida? Y, sin embargo, Cristo está en la muerte. Pero en la muerte de Cristo encontró la muerte su muerte. Porque la Vida muerta mató a la muerte; la plenitud de la vida se tragó la  muerte... Los que miran con fe la muerte de Cristo quedan sanos de las mordeduras de los pecados» (Tratado 12,12 sobre el Evangelio de San Juan).

Oración final:

Confirma, Señor, en nosotros, la verdadera fe, para que cuantos confesamos al Hijo de la Virgen, como Dios y como hombre verdadero, podamos llegar a las alegrías del reino por el poder de su santa resurrección. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén

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