Según las palabras del mismo Jesús, somos “deseo del Padre” y él nos atrae a través del Hijo; vamos a Jesús para que nos lleve al Cielo. Puede hacerlo pues es el único que ha visto a Dios; por eso, si creemos y le aceptamos, ya somos salvos.
Vayamos a Jesús a que nos de pan del Cielo (Yo soy ese pan vivo) y tener vida ahora y en la vida Eterna.
Demos un paso más: deseemos ser nosotros, como Jesús, expresión del amor del Padre por cada persona con la que nos codeamos; procuremos ser pan hacia los demás.
El amor del Padre y nuestra filiación a él, la vamos desarrollando en la oración y eucaristía diarias así como en buscar vivir en cada momento ser voluntad suya.
Entonces nos hacemos “más pan”; pan tierno, caliente, bien amasado. Si somos sinceros, tenemos que admitir que, como con el pan, se necesita FUEGO, CALOR INTENSO para cocer la masa…hablo de que al contacto con nuestra y la realidad externa, hay cantidad de momentos purificadores. Ser pan tierno en el dolor ¡cómo cuesta!. Se nota en el ambiente carencias importantes de saber sobrellevarse, saber esperar, saber sonreír sin ganas, dejar pasar tormentas “con mucho aparato eléctrico” como graciosamente dice un amigo.
Tenemos a Jesús ofreciéndose a ser pan vivo…para la vida del mundo. Él es mi pan diario que impide la desnutrición de mi alma; que calienta mis huesos para que reanimados caminen alegres “mi cuerpo alegre camina porque de Ti lleva la ilusión” dice una canción popular.
El Señor nos habla de la eucaristía como prenda de vida eterna” Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.»
La eucaristía es alimento diario mientras caminamos, no lo dudamos. Es más, sin ella nos falta algo especial; podemos decir que dejamos de mirar hacia lo alto (hacia lo mejor, hacia lo espiritual, hacia Dios). Nuestra mirada se vuelve egoísta, apesadumbrada, torpe.
Sin embargo, la comunión nos está preparando día a día a pregustar la infinita e insondable belleza y amor de nuestro Dios. Estamos como perfumando-embalsamando nuestra alma para cerrarnos-morir al pecado y ser “crisálidas” para el Cielo.
En el horizonte se divisa el mes de Mayo. María, la madre de la eucaristía, pues preparó a su hijo, verdadero pan de Cielo. María, la eterna belleza que se compromete en el diario vivir con su familia y vecinos; callosas sus manos y ojeras por el desvelo hacia los demás. Tiene el corazón reventando amor para darte a ti y a mí un abrazo diciéndote; te llevaré en mis manos, en la tierra, hasta que, de veras, te reciba en el Cielo.