15 abril 2013. Lunes de la tercera semana de Pascua – Puntos de oración


“Inmaculada Madre de Dios, alcanza a tu Iglesia el gozo de la Pascua”. Este es el comienzo de una de las oraciones que el Padre Morales nos dejó para este tiempo de Pascua. Y continúa esta oración describiendo en qué consiste este gozo: “Fe creciente, esperanza cierta, alegría desbordante, paz imperturbable, amor ardiente”.

            Lo primero que tenemos que darnos cuenta es que es una gracia que tenemos que alcanzar, es decir, que implorar. La resurrección del Señor ya ha sido consumada, pero ahora ha de serlo en cada uno de nosotros. Alcánzanos, pues Madre, el gozo de la Pascua y que esta se manifieste a través de:

ü  Una fe creciente. Porque tú sabes lo que cuesta pasar del dolor del viernes de pasión a la alegría del domingo de la resurrección. Lo experimentaste en ti misma y lo viste en los discípulos de tu Hijo. Necesitamos crecer en la fe para vivir el gozo de la Pascua. Necesitamos recorrer el camino de la cincuentena pascual. Porque nuestra fe es como la de los discípulos que caminaban a Emaús. Que aún andando con el Señor al lado no eran capaces de reconocerle. Pero nuestra fe puede ir acrecentándose a lo largo del camino, de modo que nuestro corazón vaya poco a poco ardiendo hasta descubrirle también nosotros en la fracción del pan.

ü  Una esperanza cierta. Porque a pesar de todas las apariencias en contra “resucitó de veras mi amor y mi esperanza” como canta el pregón pascual. Necesitamos la certeza de saber que Cristo, una vez resucitado, salvará al mundo del pecado y de la ruina. Y no solo al mundo, también a mí. Necesito recordar que si fue capaz de acoger al buen ladrón en el peor momento, en el suplicio de la cruz, con cuanto mayor gozo se acordará ahora de mí.

ü  Una alegría desbordante. Es la consecuencia lógica de todo lo anterior. Una alegría desbordante, delirante, comunicativa, expansiva, como la de María Magdalena, como la de San Pedro. Que nos lleve a hacer locuras y lanzarnos al agua sin pensarlo dos veces, o como los apóstoles, que salieron del sanedrín contentos de haber sufrido por Cristo, porque tampoco nosotros podemos menos que contar lo que hemos visto y oído.

ü  Una paz imperturbable. Sabemos que si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe, ridícula nuestra esperanza y ficticia nuestra alegría. Pero no, nuestra fe no es vana, nuestra esperanza es cierta y nuestra alegría es real. Por eso vivimos con la paz imperturbable de los hijos de Dios. La Paz de saber que, pase lo que pase, las puertas del infierno no prevalecerán sobre su Iglesia. Que Cristo ha vencido y nosotros con Ël.

ü  Un amor ardiente. Es el distintivo del cristiano, de aquel que sigue a Cristo muerto y resucitado. Es el mensaje eterno del evangelio, el amor ardiente, operante y efectivo, hecho vida. El amor que nace de un alma en paz consigo misma, que con la certeza haber sido salvada no se da vueltas ni se reserva sus fuerzas, que su gozo y su alegría es el Señor.

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