Hoy celebramos una fiesta particular:
Santa María Virgen, Madre de la Compañía de Jesús. Conmemoramos en ella el
nacimiento oficial de la Compañía de Jesús, coincidiendo con los primeros votos
solemnes que hicieron san Ignacio y los primeros jesuitas el 22 de abril de
1541, ante la imagen de la Virgen en la capilla de Nuestra Señora de la
basílica de san Pablo Extramuros.
El P. Morales extendió esta celebración
a la Cruzada-Milicia, y en ella situaba el inicio del mes de Mayo, a modo de un
“calentamiento de motores” de una competición de amor que arrancaría el uno de
mayo: “el mes de las flores se iniciará siempre, aunque sin preces comunes,
el 22 de abril, Santa María Reina y Madre de la Compañía de Jesús y de la
Cruzada”: Pidamos, pues, al Espíritu Santo que nos ayude a vivir este día,
y en adelante todo el mes de Mayo, como hijos y servidores de la Virgen. Y
pidamos a Santa María Reina y Madre de la Cruzada-Milicia, que nos muestre a
Jesús, fruto bendito de su vientre. Hoy el evangelio nos lo sigue presentando
–como ayer- como el Buen Pastor. Algunos puntos para conocerle, amarle y
seguirle mejor:
1. El
pastor y el ladrón. Jesús nos enseña una realidad dicotómica: el que se
acerca al redil (podemos decir a la Iglesia o a cada uno de nosotros) lo hace o
para procurar nuestro provecho o para aprovecharse de nosotros; para que las
ovejas tengan vida y la tengan abundante, o para robar y
matar y hacer estrago en ellas. O es el pastor o son ladrones
y bandidos. ¿Cómo reconocerlos? En ello nos va la vida individualmente y
como rebaño. El Señor apela a nuestro discernimiento.
2. Yo soy la puerta de las ovejas. Nos pide, en primer lugar,
que nos fijemos por dónde entra el que se acerca a nosotros. El pastor, Jesús,
“entra por la puerta”; el bandido –el diablo y sus secuaces- “salta
por otra parte”. San Agustín discierne así: “Entra por la puerta el que
entra por Cristo, el que imita la pasión de Cristo, el que conoce la humildad
de Cristo, que siendo Dios se ha hecho hombre por nosotros. Mas
aquel que no se humilla sino que se ensalza, ése quiere escalar el muro; por
tanto, se eleva para caer”. Luego la humildad de Cristo es un signo
claro de discernimiento. Además, si queremos ser de Cristo, debemos unirnos a
su humildad. Así concluye: “Cristo es una puerta humilde; el que entra por
esta puerta debe bajar su cabeza para que pueda entrar con ella sana”.
Por otra parte, San Juan Crisóstomo
escribe que la puerta son “las Escrituras, porque éstas enseñan el
conocimiento de Dios; ellas son las que guardan las ovejas y no dejan que se
acerquen los lobos, cerrando la entrada a los herejes. Así, pues, el que no usa
de las Escrituras, sino que sube por otra parte, esto es, adopta otra vía
distinta y no legítima, éste es un ladrón”. Luego para conocer y amar a
Cristo, la Palabra, debemos conocerle, reconocerle y amarle en la Escritura, la
Palabra de Dios.
3. La voz y el nombre. Jesús, como Buen Pastor, nos conoce a fondo. Nos ha dado un nombre nuevo
“que nadie conoce sino aquel que lo recibe” (Ap 2, 17), y con él una
llamada a su intimidad. Comenta Abelardo: “Conocerte a ti, conocer tu voz,
es descubrirte en todo. Tú, porque me amas con amor único, personal, estás
oculto en cuanto me sucede, bueno y malo. En todo, en todos y siempre te
encuentro, ya que en todo, en todos, siempre, tu amor personal me envuelve”.
Por eso hemos de estar atentos para reconocerle en todo: no solo por el nombre
que utiliza, sino también por el tono de su voz: “las ovejas atienden a su
voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas”. ¿Cómo andamos de
atención y de intimidad?
4. Dejarnos conducir, guiar, y cuidar. Hemos de escucharle y
responder a su llamada; hemos de salir fuera y seguirle.
Él camina delante de nosotros. Jesús, que entra por la puerta, que nos llama,
también nos conduce a los pastos. Los pastos son Él mismo. Nos ama hasta
dejarse comer: la Eucaristía es nuestro alimento, para que “tengamos vida y
la tengamos abundante”.
Oración final: Santa María, Reina y Madre de la Cruzada-Milicia, Madre del Buen Pastor:
enséñanos a reconocerle en todo, a conocerle cada día mejor, a amarle cada día
más y a seguirle por sus mismos caminos de humildad, para que seamos también
nosotros pastores de las ovejas que nos rodean, sean o no del redil.