¿Orar sirve para algo? ¿Dios acoge realmente nuestras oraciones? ¿Merece la pena confiar en Él? ¿No les va mejor a los que “pasan de” Él y van “a su bola”? Hoy las lecturas de la misa nos hablan de estas cuestiones que siguen siendo tan actuales en nuestro mundo. Adentrémonos en ellas en nuestra oración, desde la perspectiva de Dios, con mirada y oídos de fe. Y para ello invoquemos al Espíritu Santo, maestro de oración. Jesús se vale de una pequeña historia tomada de la vida para enseñarnos cómo hemos de pedir a Dios. ¿Qué notas ha de tener nuestra oración de petición? Ha de ser:
1ª) Perseverante. Si el otro insiste llamando…le dará cuanto necesite. El “amigo” importuno logra lo que pide, aunque sea por lo pesado que se pone… Y nosotros ¿pedimos una vez, y si no lo conseguimos nos desanimamos y lo dejamos? Nos pasa como aquél que pide: “Señor, dame paciencia… ¡pero dámela ya!” Estamos acostumbrados a dar a un botón y conseguir lo que queremos: que baje el ascensor, que se conecte un dispositivo… Nos hemos acostumbrado al estímulo-respuesta. ¿Nos hemos planteado por qué parece que Dios a veces no escucha inmediatamente nuestras oraciones? ¿No será que quiere que valoremos más lo que pedimos, que purifiquemos nuestra intención, que acudamos más a Él, (puntos suspensivos)?
2ª) Confiada. Como un hijo a su padre. Jesús nos enseña que ¡Dios es mi Padre! Vuestro Padre celestial, nos dice. Y pone una analogía. Se nota que está hablando a varones y a adultos. Por eso plantea: ¿qué padre entre vosotros…? (Es interesante este inciso: se comenta por ahí que eso de la oración es cosa de mujeres y de niños… ¡Pero Jesús se está dirigiendo a hombres!) Además parece que les (y nos) conoce bien; argumenta: si vosotros, que sois malos… (¡y ellos le dejan terminar la frase, luego son conscientes de su “nativa maldad”!) sabéis dar cosas buenas… ¡cuánto más vuestro Padre! Él lo sabe todo (también nuestra necesidad), lo puede todo y nos ama como padre bueno… ¿cómo no saltar de alegría? ¡Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor!, reza el salmo… El Señor atendió y los escuchó, dice la primera lectura. Y quien pide recibe, precisa el evangelio. Que lo repitamos muchas veces a lo largo de la jornada.
3ª) Humilde. Hemos topado en el argumento anterior: si vosotros que sois malos…, con esta tercera nota de la oración de petición. Para que sea auténtica y eficaz hemos de dirigirnos a Dios desde la conciencia de que somos necesitados, reconociendo que somos malos… Dice el Catecismo que, por ser pecadores, sabemos que nos apartamos de nuestro Padre, y que la petición es ya un retorno a Él. El sabernos y sentirnos pequeños, llenos de miserias y de debilidades, no nos aparta de Dios; al contrario, ha de dirigirnos como el niño pequeño hacia los brazos de su padre.
4ª) Sencilla. Como el hijo que enseña sus heridas a su padre, para que se las cure. O que le pide pan porque tiene hambre… Me compadeceré de ellos, como un padre se compadece del hijo que lo sirve, dice la primera lectura. Pedid y se os dará, nos exhorta Jesús. Así de sencillo, sin componendas. ¿Y qué se nos dará? Cosas buenas… dice Mateo (7, 11) en el pasaje paralelo a éste. Pero Lucas comenta: ¡el Espíritu Santo! Y es que si recibimos el Espíritu Santo, Él nos enseñará a pedir, ya que, como nos explica san Pablo, viene en ayuda de nuestra flaqueza, pues nosotros no sabemos pedir como nos conviene (Rm 8, 26).
Oración final. Santa María de Nazaret, de Caná, del Calvario y del Cenáculo: Tú nos enseñas a pedir, con una oración perseverante, confianza, humilde y sencilla. Que sepamos poner como Tú toda nuestra confianza en el Señor, dirigiendo nuestra oración al Padre, para alcanzar el Espíritu Santo, que venga en nuestra ayuda.