Hoy, cinco de octubre, el calendario litúrgico nos señala la celebración de las “Témporas de Acción de Gracias”. Y el mismo calendario añade: “Se trata de un día de acción de gracias que la comunidad cristiana ofrece a Dios, terminadas las vacaciones y la recolección de las cosechas, al reemprender la actividad habitual. Es una ocasión que nos presenta la Iglesia para rogar a Dios por la necesidades de los hombres, principalmente por los frutos de la tierra y por los trabajos de los hombres, dando gracias a Dios públicamente”.
Día, pues, de acción de gracias. ¿Y qué mejor forma de dar gracias que la Eucaristía? La misma palabra (eucaristía, del griego εὐχαριστία, eucharistía, «acción de gracias») así lo indica. ¿Por qué no prolongar la acción de gracias que ha de constituir nuestra oración de hoy con una preparación más intensa de nuestra Eucaristía? ¿Somos conscientes de tantas y tantas cosas por las que elevar nuestra acción de gracias al Señor? El don de la vida, el privilegio de la fe, el regalo de los sacramentos, el legado de una Madre, el gozo de tenerle a Él entre nosotros en el sagrario y en la Eucaristía. Por todo, Señor, GRACIAS.
Que nos ayude a nuestra oración las reflexiones de este sacerdote:
¡Ay, esas eucaristías en las que se nos invita a dar gracias
y pasa un largo rato sin que nadie mande una rosa encima del altar!
Al fin alguien da gracias por el sol y la alegría,
otro por estar juntos allá,
otro por tener trabajo,
y otro por su hermana que ha traído un niño al mundo.
Y nadie te da gracias por estar contigo,
por haberte recibido,
por estar abrazado a ti como el árbol a la tierra,
por ser nube brillante traspasado por tu luz...
¿Quién te da gracias por ser un sagrario viviente,
un arca de la alianza,
un seno materno como el de María,
una fuente de luz que refleja tu luz?
Se diría que hemos perdido el sentido de tus dones mayores.
Pero hoy quiero decirte yo
algunas ternuras de agradecimiento.
El día en que te conocí
fue el día más grande de mi vida.
El día en que me diste tu Palabra
nacieron flores en mis entrañas.
El día en que empecé a comulgar
sembraste un jardín en mi corazón.
El día en que me llamaste hermano
me sentí transportado al cielo.
Y el día en que sentí tu amor
se encendió una luz en mi pecho,
y ya no se ha apagado nunca,
aunque haya parpadeado a veces.
Y así podría seguir hasta el infinito,
recordando tus amores para conmigo.
Y así voy a seguir hoy sin saber cuándo acabar...