* Primera lectura: He aquí que después de muchos rodeos, Jonás se encuentra de nuevo ante la llamada. El Señor no le ha soltado y le renueva la orden misionera. Esta vez no podrá escaparse.
¡Señor, repíteme tu voluntad! Repíteme que no tengo derecho a vivir mi Fe tranquilamente para mí solo. Repíteme que tengo que proclamar tu mensaje. «Desgraciado de mí, si no evangelizo» (I Corintios 9, 16). Repíteme, Señor, que soy responsable de mis hermanos.
¿Me considero como «enviado en misión»? ¿Soy el testigo de algo, de alguien? ¿Suscita mi vida un interrogante, una reconsideración de la suya, a los que me ven vivir? ¿Mis palabras y mis hechos son como una proclamación del Evangelio?
Dios no sólo escucha las oraciones de los que le viven fieles; ni sólo las de quienes pertenecen al pueblo de sus hijos, aun cuando sean rebeldes; Él escucha las súplicas de todo hombre de buena voluntad, pues Él ama a todos más allá de las fronteras que hemos puestos nosotros los hombres. La Iglesia nos invita a descubrir gozosa y respetuosamente las semillas del Verbo latentes en quienes, incluso, parece que han rechazado radicalmente a Dios. Algo hay de Dios en quienes se alejaron de Él, pues su amor, aún en pequeña escala, no puede sino proceder de Dios. Por eso, la Iglesia de Cristo no puede dejar de anunciar el Nombre de Dios dedicada plenamente a su ministerio en todos los lugares y ambientes, insistiendo a tiempo y a destiempo y con mucha paciencia. Sólo Dios, que nos llama a todos a la plena unión con Él, sabe el momento y el día de la salvación que ha reservado para cada uno; por eso, quienes hemos recibido el mandato de proclamar su Evangelio, no seamos cobardes, ni rebeldes, ni débiles en cumplir con la misión que el Señor nos ha confiado.
* Salmo: Desde lo más profundo de mi pecado clamo a Ti; Señor, escucha mi clamor. No hay nadie más que pueda realmente perdonar la multitud de mis faltas, que jamás podré ocultarte. Señor, ten misericordia de nosotros. Y Dios tuvo misericordia de nosotros, pues nos envió a su propio Hijo para que todo el que crea en Él tenga vida eterna. Por tanto, no nos quedemos solo en clamar al Señor, en confesar nuestros pecados y en recibir su perdón. Sabiendo que hemos sido renovados, como criaturas nuevas revestidas de Cristo, teniendo un corazón nuevo y un espíritu nuevo, comportémonos como hijos de la luz, dejando a un lado aquello que nos apartaba de Dios y nos había destinado a la ira divina por nuestra condición de pecado, pues el mismo Dios, por medio de Cristo, nos ha salvado por pura gracia y nos ha llamado para que, junto con Él, participemos de la Gloria que le corresponde como a Hijo de Dios.
* Evangelio: Por el camino entró Jesús en una aldea, y una mujer de nombre Marta lo recibió en su casa. Esta tenía una hermana llamada María...
Marta y María aparecen en tres relatos, y en los tres las descripciones de sus temperamentos coinciden: Marta, la activa... María, la sensible, la contemplativa: Lucas (10,38-42) cuenta una comida muy sencilla que Jesús compartió con ellas... Juan (11, 1-44) cuenta la pena que estaban pasando por la muerte de su hermano Lázaro... Juan (12, 1-8) relata la unción perfumada que hizo María, una semana antes de la pasión...
Todos los relatos que hablan de Marta y María subrayan la complementariedad de los dos temperamentos: aquí, Marta se ocupa de los preparativos de la comida, mientras María se ocupa de atender personalmente al invitado... esas dos funciones son necesarias y aseguran una hospitalidad la más amable posible.
María, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra ¡Admirable y muy gráfica escena para ser contemplada detenidamente! Jesús habla. ¿Qué dice? ¿De quién está hablando? ¿Cuál es el tono de su voz? ¿Está repitiendo la parábola del buen samaritano? Quizá habla de las bienaventuranzas y como El, Jesús, las considera ser fuentes de felicidad: ¡Felices... felices! o bien, como lo hizo con otros discípulos, ¿les insinúa confidencialmente su muerte y su resurrección? Eso haría más verosímil el hecho que María comprendiera, mejor que otros, el misterio de la unción previa a la sepultura de Jesús y el de la resurrección. (Lucas 14, 8; 16, 1) María está "sentada a los pies de Jesús". Esta es para Lucas, la posición del "discípulo" (Lucas 8, 35; Hechos 22, 3). Las posiciones corporales no son indiferentes, tienen una significación simbólica, y además facilitan o estorban tal o cual tipo de oración. La posición "sentado" facilita el escuchar: esta es la actitud litúrgica que la Iglesia recomienda en ciertos momentos de la misa en los cuales la meditación es lo primero... del mismo modo que la Iglesia recomienda "estar de pie" cuando se trata de expresar colectivamente la acción de gracias, durante la gran plegaria eucarística..."Sentada, María escuchaba."
Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose dijo: "Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile pues que me ayude". Marta es útil. Su servicio es indispensable. Todo amor, puesto al servicio de los demás, honra a Jesús: "me disteis de comer, me disteis de beber... venid los benditos de mi Padre". (Mateo 25, 34-35) Te ofrezco, Señor, las múltiples tareas domésticas, tan humildes, hechas con tanto amor, de innumerables mujeres de todo el mundo. Ayúdame a reconocer su grandeza.
Le respondió el Señor: "Marta, Marta, te afanas y preocupas por muchas cosas y hay necesidad de una sola... El Mesías de los pobres no necesita una mesa abundante y suculenta: lo justo necesario para vivir. Ese tema de la "preocupación", de la "inquietud", Jesús lo repitió a menudo. No os agobiéis, decía. (Lucas 12, 22-31; 8, 14; 21, 34).
María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada. Sí, la palabra de Jesús pasa delante de cualquier preocupación de orden temporal. Un cuidado extremoso de los asuntos de la tierra podría desviarnos de lo esencial. Pero no se trata de oponer "acción" y "contemplación". Esta no puede ser ociosidad, ni la acción puede ser agitación.
Dichosos los que unen ambas, los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica" (Lucas 8, 21).
ORACIÓN FINAL
Dios todopoderoso, confírmanos en la fe de los misterios que celebramos, y, pues confesamos a tu Hijo Jesucristo, nacido de la Virgen, Dios y hombre verdadero, te rogamos que por la fuerza salvadora de su resurrección merezcamos llegar a las alegrías eternas. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.