¡Señor, enséñanos a orar!
¡Eres compasivo y rico en misericordia, lento a la cólera y rico en piedad!
Jonás oró al Señor. Los discípulos le pidieron al Señor, que les enseñara a orar. Y tu hoy, te dispones a un momento de oración.
No estamos solos. Multitud de orantes nos han precedido, multitud de orantes rezan hoy en todos los rincones del mundo. Entra en la oración desde esta comunión de orantes, desde este horizonte dilatado que nos envuelve cada día y nos sostiene aunque no seamos conscientes de ello.
También tu oración de hoy sostiene la fe en el mundo. Las personas contemplativas, monjes y monjas, dedican su vida a orar. En medio del mundo, consagrados laicos y bautizados conscientes de este don, extienden la oración a cada rincón de nuestra ciudad, al lugar del trabajo y a la universidad, a la familia y al colegio, en medio de la calle y en cada actividad. Pidamos hoy al Señor ser hombres y mujeres de oración en medio del mundo.
Puedes orar como Jonás, interpelando al Señor, luchando con él, en un cara a cara intenso.
Puedes orar como los discípulos, que se sienten atraídos por la oración del Maestro a quien ven en cada momento unido a su Padre del cielo.
En cualquier caso reza siempre con la palabra “Padre” en tus labios y en tu corazón. Es lo que nos enseña el evangelio de hoy. Padre Nuestro; Padre, santificado seas, Padre hazme cumplir tu voluntad; Padre, dame hoy tu pan; Padre, perdónanos; Padre, no nos dejes caer en tentación.
Acabamos con las palabras del Papa Francisco:
“Cada uno de nosotros en la vida de cada día puede dar testimonio de Cristo con la fuerza de la fe. Con la fe pequeñísima que nosotros tenemos pero que es fuerte. Y esta fuerza la toamos de Dios en la oración. La oración es la respiración de la fe. En una relación de confianza, de amor, no puede faltar el dialogo y la oración es el dialogo del alma con Dios”. (Ángelus, 6 de octubre de 2013)