Hacer nuestra oración diaria acompañados
de los Apóstoles siempre es una seguridad porque ellos son la roca de la fe.
Fueron amigos del Señor y dieron la vida por el Evangelio. Ya esto nos bastaría
para estar un rato de silencio considerando lo que supone vivir junto a Cristo
y llegar a dar la vida por Él.
Nos ponemos en la presencia de Dios
pidiendo la intercesión de San Simón y San Judas.
San Judas Tadeo es uno de los santos más populares, a causa de los
numerosos favores que consigue a sus devotos que le rezan con fe.
Santa Brígida cuenta en sus Revelaciones
que Nuestro Señor le recomendó que cuando deseara conseguir ciertos favores los
pidiera por medio de San Judas Tadeo.
A San Simón y San Judas Tadeo se les
celebra la fiesta en un mismo día porque según una antigua tradición los dos
iban siempre juntos predicando la Palabra de Dios por todas partes. Ambos
fueron llamados por Jesús para formar parte del grupo de sus 12 preferidos o
apóstoles. Ambos recibieron el Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego el
día de Pentecostés y presenciaron los milagros de Jesús en Galilea y Judea y
oyeron sus famosos sermones muchas veces; lo vieron ya resucitado y hablaron
con él después de su santa muerte y resurrección y presenciaron su gloriosa
ascensión al cielo.
San Judas Tadeo escribió una Carta que
está en la Biblia, en la cual ataca a los agnósticos y dice que los que tienen
fe pero no hacen obras buenas son como nubes que no tienen agua, árboles sin
fruto, y olas con sólo espumas, y que los que se dedican a los pecados de
impureza y a hacer actos contrarios a la naturaleza sufrirán la pena de un
fuego eterno.
Aquí tenemos dos aspectos en los que
fijarnos para centrar un poco más la oración.
- Nuestra fe tiene que ir acompañada con buenas obras. Sin ella es algo muerto, como nos dice el apóstol San Judas, es como árboles sin fruto.
- Por otra parte nos alerta de las malas obras que nos separan de Dios y de la salvación eterna.
Según la antigua tradición, a San Simón
lo mataron aserrándolo por medio, y a San Judas Tadeo cortándole la cabeza de
un hachazo, por eso a San Simón lo pintan con una sierra y a San Judas Tadeo
con un hacha en la mano.
Jesús eligió a sus discípulos. Entre
ellos a los dos que celebramos en este día. Jesús nos elige a cada uno de
nosotros para que estemos con él y para enviarnos a predicar.
Como todos los santos,
ellos son nuestros intercesores ante Dios. Pero también y ante todo, ellos son
los grandes modelos para nuestra propia vida. Quieren ser nuestros guías en el
camino hacia el Padre.
Ahora, ¿de dónde
sacaron estos dos santos la fuerza para vivir esta vida ejemplar? ¿Cuál es el
misterio de su vida?
El misterio de su vida
se llama Jesucristo. El misterio de su vida es: seguirle a Cristo por todos sus
caminos. Desde que fueron llamados por el Señor - tal como escuchamos en el
Evangelio de hoy - le siguieron generosa y fielmente, cumpliendo su misión de
apóstol. Incluso se fueron a países lejanos y desconocidos para anunciar el
mensaje de su Maestro.
También nosotros, en
nuestro Bautismo, fuimos llamados, por primera vez, a la imitación de Cristo. Y
desde entonces, Dios repitió y renovó esta invitación muchas veces y de muchas
maneras. También hoy Dios vuelve a llamarnos, en la fiesta de estos grandes
apóstoles.
Seguir a Cristo es
penetrar en el camino del amor. Pero quien comienza a amar, comienza a sufrir.
Y Jesús nunca ocultó que seguirle es duro. No ofrece seguridad sino riesgo. No
nos ofrece caminos de triunfo, sino el fracaso de la cruz. Porque el que le
sigue, acepta también la suerte de su Maestro: el sufrimiento y la cruz.
En la vida de nuestros
santos apóstoles tampoco faltó dolor y sufrimiento. Lo aceptaron por amor a
Cristo. Y siguieron a su Maestro hasta la última entrega: coronaron su vida por
el martirio.