La mejor manera y casi la única de
empezar este domingo es dando gloria a Dios y así recibir su misericordia al
sentirnos hijos de tan buen Padre, ponernos en su presencia y mantenerla a lo
largo del día partir de este rato de oración.
Jesús en este evangelio nos explica,
como a sus discípulos, cuál ha de ser nuestra actitud en la oración para
no dejarla nunca. Es el alimento de nuestra fe, de nuestra esperanza y de las
obras hechas con amor.
Nos dice Jesús: “Había un juez en una
ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad
había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a mi
adversario”.
Por algún tiempo se negó, pero después
se dijo: “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me
está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara”.
Si las personas encargadas de hacer
justicia, fueran realmente justos, o sea santos, amarían a Dios haciendo
justicia, y amarían a los hombres que más necesitan de su ayuda. Y en este
punto todos somos jueces. ¿Hacia dónde se inclina mi balanza? ¿A
interesarme por las dificultades de los más cercanos, con los que convivimos
todos los días, o a meterme en mi caparazón donde sólo existo yo?
Te pongo un texto de Madre teresa. A lo
mejor te puede ayudar para entender y vivir este Evangelio:
ORAR SIEMPRE SIN DESANIMARSE
“Ama orar. Siente a menudo la necesidad
de orar a lo largo del día. La oración dilata el corazón hasta que éste sea
capaz de recibir el don de Dios que es él mismo. Pide, busca, y tu corazón se
ensanchará hasta el punto de recibirle, de tenerle en ti como un bien.
Deseamos mucho orar, pero después
fracasamos. Entonces nos desanimamos y renunciamos. Si quieres orar mejor,
debes orar más. Dios acepta el fracaso, pero no quiere el desaliento. En la
oración quiere que seamos como niños, cada vez más humildes, cada vez más
llenos de agradecimiento. Quiere que tengamos presente que todos pertenecemos
al cuerpo místico de Cristo, en el que la oración es perpetua.
En nuestra oración debemos ayudarnos
unos a otros. Liberemos nuestros espíritus. No hagamos largas oraciones que no
se acaban nunca, sino más bien breves, llenas de amor. Oremos por los que no
oran...”