20 octubre 2013. Domingo de la XXIX semana de Tiempo Ordinario (Ciclo C) – Puntos de oración

La mejor manera y casi la única de empezar este domingo es dando gloria a Dios y así recibir su misericordia al sentirnos hijos de tan buen Padre, ponernos en su presencia y mantenerla a lo largo del día partir de este rato de oración.
Jesús en este evangelio nos  explica, como a sus discípulos, cuál ha de ser nuestra actitud en la oración para no dejarla nunca. Es el alimento de nuestra fe, de nuestra esperanza y de las obras hechas con amor.
Nos dice Jesús: “Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario”.
Por algún tiempo se negó, pero después se dijo: “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara”.
Si las personas encargadas de hacer justicia, fueran realmente justos, o sea santos, amarían a Dios  haciendo justicia, y amarían a los hombres que más necesitan de su ayuda. Y en este punto  todos somos jueces. ¿Hacia dónde se inclina mi balanza? ¿A interesarme por las dificultades de los más cercanos, con los que convivimos todos los días, o a meterme en mi caparazón donde sólo existo yo?
Te pongo un texto de Madre teresa. A lo mejor te puede ayudar para entender y vivir este Evangelio:
ORAR SIEMPRE SIN DESANIMARSE
“Ama orar. Siente a menudo la necesidad de orar a lo largo del día. La oración dilata el corazón hasta que éste sea capaz de recibir el don de Dios que es él mismo. Pide, busca, y tu corazón se ensanchará hasta el punto de recibirle, de tenerle en ti como un bien.
Deseamos mucho orar, pero después fracasamos. Entonces nos desanimamos y renunciamos. Si quieres orar mejor, debes orar más. Dios acepta el fracaso, pero no quiere el desaliento. En la oración quiere que seamos como niños, cada vez más humildes, cada vez más llenos de agradecimiento. Quiere que tengamos presente que todos pertenecemos al cuerpo místico de Cristo, en el que la oración es perpetua.

En nuestra oración debemos ayudarnos unos a otros. Liberemos nuestros espíritus. No hagamos largas oraciones que no se acaban nunca, sino más bien breves, llenas de amor. Oremos por los que no oran...”

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