27 octubre 2013. Domingo de la XXX semana de Tiempo Ordinario (Ciclo C) – Puntos de oración

Comenzamos nuestra oración con la misma que utilizaba el publicano del evangelio de hoy: “¡Oh, Dios!, ten compasión de este pecador”. No hay nada como decir verdades para sentirse bien. La verdad nos hace libres, y a la verdad, según santa Teresa, se llega caminando por la humildad. Decir a Dios “…ten compasión de este pecador” no es más que reconocer humildemente nuestra condición. El fariseo, erguido en el Templo rezando, empezó bien, porque empezó dando gracias, el problema fue que era por autocomplacencia de su propia “fidelidad” y no por la verdadera fidelidad de Dios para con él.

Tenemos que rezar poniéndonos en nuestro lugar, si no es posible que Dios no escuche. Dios no justifica la autocomplacencia, solo justifica la humildad. Dios es un Dios justo, proclama la primera lectura de hoy. El salmista sí que supo componer su oración de forma correcta:

Bendigo al Señor en todo momento, 
su alabanza está siempre en mi boca; 
mi alma se gloría en el Señor: 
que los humildes lo escuchen y se alegren.


Primero bendice al Señor, proclama que lo alaba siempre y en él se gloría –no en sí mismo-, y se hace consciente de que sólo los humildes pueden escuchar a este Dios y encontrar la alegría. La humildad da alegría. El soberbio quizá consiga más cosas en primera instancia, pero estará triste a la larga. El humilde se llena de alegría desde el primer momento y para siempre.

Empecemos, pues, humildemente la oración y todos los días de nuestra vida. Luego podemos seguir contemplando en la oración la escena de Jesús contando a la gente esta parábola de hoy. Yo me imagino a Jesús muchos días en el Templo o en la sinagoga de Nazaret, antes de salir a su vida pública, observando las actitudes de la gente, de los fariseos y de los publicanos, de los buenos y de los malos que de todo habría. Luego me lo imagino haciendo oración de todo y componiendo la parábola que luego diría. Y, por último, me lo imagino diciendo con gran cariño, pero con dicción firme y valiente, esta parábola.


¡Qué bonito sería escuchar directamente, con la imaginación, estas palabras de Jesús!

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