Comenzamos
nuestra oración con la misma que utilizaba el publicano del evangelio de hoy:
“¡Oh, Dios!, ten compasión de este pecador”. No hay nada como decir verdades
para sentirse bien. La verdad nos hace libres, y a la verdad, según santa
Teresa, se llega caminando por la humildad. Decir a Dios “…ten compasión de
este pecador” no es más que reconocer humildemente nuestra condición. El
fariseo, erguido en el Templo rezando, empezó bien, porque empezó dando
gracias, el problema fue que era por autocomplacencia de su propia “fidelidad”
y no por la verdadera fidelidad de Dios para con él.
Tenemos que
rezar poniéndonos en nuestro lugar, si no es posible que Dios no escuche. Dios
no justifica la autocomplacencia, solo justifica la humildad. Dios es un Dios
justo, proclama la primera lectura de hoy. El salmista sí que supo componer su
oración de forma correcta:
Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren.
Primero
bendice al Señor, proclama que lo alaba siempre y en él se gloría –no en sí
mismo-, y se hace consciente de que sólo los humildes pueden escuchar a este
Dios y encontrar la alegría. La humildad da alegría. El soberbio quizá consiga
más cosas en primera instancia, pero estará triste a la larga. El humilde se
llena de alegría desde el primer momento y para siempre.
Empecemos,
pues, humildemente la oración y todos los días de nuestra vida. Luego podemos
seguir contemplando en la oración la escena de Jesús contando a la gente esta
parábola de hoy. Yo me imagino a Jesús muchos días en el Templo o en la
sinagoga de Nazaret, antes de salir a su vida pública, observando las actitudes
de la gente, de los fariseos y de los publicanos, de los buenos y de los malos
que de todo habría. Luego me lo imagino haciendo oración de todo y componiendo
la parábola que luego diría. Y, por último, me lo imagino diciendo con gran
cariño, pero con dicción firme y valiente, esta parábola.
¡Qué bonito
sería escuchar directamente, con la imaginación, estas palabras de Jesús!