Hoy la
Iglesia de España celebra la memoria de San Pedro de Alcántara, un santo quizás
no demasiado conocido y del que sólo recordamos sus grandes penitencias. De él
dirá santa Teresa que: “parecía hecho de raíces de árboles", tal era su
austeridad de vida. Austero en el vestir, en el comer, en el dormir, también en
el hablar: "Aunque de pocas palabras, dirá Santa Teresa, en éstas era muy
sabroso porque tenía muy lindo entendimiento".
Y
junto con este perfil de duro atleta del espíritu, contrastaba también su
bondad, su capacidad de acogida, su trato delicado y amable. Atrae y subyuga a
todos a pesar de su extrema austeridad. Un hombre que parece vivir en otro
mundo, nos dirá el P. Morales, va a resultar un superior ideal, caritativo,
humilde, comprensivo. A pesar de su vida austera no resultaba repelente para
los demás pues era mayor la blandura de su corazón que la dureza de su
exigencia. Esa era la señal de Dios, por eso atraía.
Esta
manera de vivir la austeridad (con el silencioso y discreto ejemplo de la
propia vida manifestado a través de la caridad y la humildad) es
todo un interrogante para el hombre y la mujer del siglo XXI. En realidad, más
que un interrogante es un misterio. En una sociedad que se define por el
bienestar o por lo menos, por la búsqueda de este, la figura de san Pedro de
Alcántara nos habla de otro tipo de vida, de otro tipo de búsqueda, de otro
tipo de bienestar. Nos habla de la sencillez, de la pobreza, de la simplicidad
franciscana, que se basa no en tener más cosas para ser feliz, sino en
necesitar menos para ser feliz. Ese es el secreto. Como diría el poeta: “Quien
lo ha probado lo sabe”.
Humanamente
hablando es una paradoja, una paradoja a lo divino que sólo es posible entender
mediante la propia experiencia. ¡Qué se lo digan a las Misioneras de la Caridad
de la madre Teresa! No paran de atraer cada vez más voluntarios y vocaciones
del opulento occidente.
Esta
es la reflexión que me hago hoy, junto con un pequeño propósito: practicar a lo
largo de este mes esta manera de vivir, en la medida de mis posibilidades y de
mis pocas fuerzas. Para saborear, aunque sea sólo un poco, la sorpresa de
necesitar menos para ser feliz. De ser más libre y menos dependiente de las
cosas.
Que
la humilde esclava del Señor nos enseñe el camino para hacerlo vida.