La parábola de la oveja perdida ha servido a muchos cristianos como materia de oración. Vamos a acercarnos a tres de ellos, tres auténticos pastores, que alimentados por esta oración se han puesto al servicio del Buen Pastor. Pidamos al Espíritu Santo que nos ilumine el sentido de la parábola, y que encienda nuestros corazones como encendió los de estos pastores.
1. Cardenal van Thuan. 1=99.
«Si Jesús hubiera hecho un examen de matemáticas, quizá lo hubieran suspendido. Lo demuestra la parábola de la oveja perdida. Un pastor tenía cien ovejas. Una de ellas se descarría, y él, inmediatamente, va a buscarla dejando las otras noventa y nueve en el redil (...) Para Jesús, uno equivale a noventa y nueve, ¡y quizá incluso más! ¿Quién aceptaría esto? Pero su misericordia se extiende de generación en generación... Cuando se trata de salvar una oveja descarriada, Jesús no se deja desanimar por ningún riesgo, por ningún esfuerzo. ¡Qué sencillez sin cálculo, qué amor por los pecadores!» (De su libro Cinco panes y dos peces).
2. Papa Francisco. El Señor nos quiere pastores. Debemos salir, ir hacia los demás.
«En el Evangelio es bonito ese pasaje que nos habla del pastor que, cuando vuelve al ovil, se da cuenta de que falta una oveja: deja las 99 y va a buscarla, a buscar una. Pero, hermanos y hermanas, nosotros tenemos una; ¡nos faltan 99! Debemos salir, ¡debemos ir hacia los demás! En esta cultura —digámonos la verdad— tenemos sólo una, ¡somos minoría! ¿Y sentimos el fervor, el celo apostólico de ir y salir y buscar las otras 99? Esta es una gran responsabilidad y debemos pedir al Señor la gracia de la generosidad y el valor y la paciencia para salir, para salir a anunciar el Evangelio. Ah, esto es difícil. Es más fácil quedarse en casa, con esa única oveja. Es más fácil con esa oveja, peinarla, acariciarla... pero nosotros sacerdotes, también vosotros cristianos, todos: el Señor nos quiere pastores, no peinadores de ovejas; ¡pastores! Y cuando una comunidad está cerrada, siempre con las mismas personas que hablan, esta comunidad no es una comunidad que da vida. Es una comunidad estéril, no es fecunda. La fecundidad del Evangelio viene por la gracia de Jesucristo, pero a través de nosotros, de nuestra predicación, de nuestra valentía, de nuestra paciencia» (17 de junio de 2013).
3. Abelardo de Armas. Como una oveja, pero en los brazos del Buen Pastor.
«Poco tiempo después de mi conversión hice una oración en la que me acuerdo perfectísimamente que me identifiqué con la oveja perdida. Y vi que me había ido huyendo, huyendo, huyendo del rebaño, y que me metí por un abismo; descendí por aquel abismo y al final ya me quedé enriscado, entre unas rocas y unas zarzas, queriéndome salir de allí, de las espinas de las zarzas, sangrando, sin poder hacer nada; y que estaba perdido, y que me caía hacia el abismo, a despeñarme...
Y entonces venía Jesús, el Buen Pastor, e iba bajando por entre aquellos riscos y aquellas peñas, y ya por fin me cogía: iba rompiendo las zarzas, me despegaba de todas las espinas, y allí sangrando y todo, me cogía entre los brazos; iba quitando todo aquello, y ya al final, cuando habíamos remontado a la explanada, me veía yo como que me llevaba cogido entre los brazos y me iba acariciando, lleno de alegría porque me había rescatado.
Yo iba entre los brazos y le iba diciendo: “Señor, no me sueltes, no me sueltes nunca. Mira que si me sueltas dejo los pastos a los que tú me llevas, y vuelvo otra vez allí adonde he estado antes. No me sueltes, Señor. Tenme siempre cogido, agárrame así”. E iba yo con una gratitud... Y al mismo tiempo Él tan contento de tenerme.
Tienes que ser así: su ovejita pequeña, insignificante. Que te veas como es una oveja: “Mirad que os envío como oveja entre lobos”, ¡pues una oveja entre lobos es para que la despedacen! Pues así somos nosotros, pequeños, insignificantes, en un mundo como en el que vivimos. Pero tenemos toda la fortaleza de Dios. Vas en los brazos del Buen Pastor. Ahora entiendes tú por qué los primeros cristianos ponían esta imagen del Buen Pastor. Pues vas en los brazos del Corazón de Jesús, y estás incluso con Él metido en el Corazón de la Virgen.
Haced ahora así vuestra oración: aunque no hicieseis nada más que repetir: “Creo en tu amor para conmigo”, “Madre, que crea en el amor de Él para conmigo”... Y que te vayas encendiendo en una confianza inmensa. “Santa Teresita: alcánzame la confianza audaz”. Una confianza sin límites, sin dudas de ninguna clase. Que por mal que me vea, por miserable que me sienta, aunque voy a seguir fallando, que sepa que siempre están tus brazos abiertos para cobijarme» (inédito).