Simón Pedro y Juan solían estar juntos y junto a Jesús, y además eran amigos y deportistas. Pedro era nadador y Juan corredor. Al menos así se deduce del evangelio. En la escena de hoy es Juan el que echa a correr hasta el sepulcro para ver lo que les había dicho María Magdalena (por cierto, también corredora según el evangelio). Y, claro, Juan llega antes que Pedro porque a Pedro lo que se le da bien es nadar. Sí, unas semanas después de este pasaje, se puede leer otro en el que después de una noche de faena en la barca, Pedro y Juan, no habían pescado nada y después de un milagro hecho por un hombre que había en la playa que les habían mandado pescar en una zona poco propensa, Juan había dicho “es el Señor”, y Pedro se tiro al agua y se fue nadando hasta la orilla.
Cada uno debe utilizar el medio que mejor se le dé para ir hacia Jesús. Juan prefería correr y Pedro nadar… ¿y yo?... Da igual ir patinando o esquiando, en moto o en bici, a caballo o en un burro… lo que importa es ir lo más rápido posible hacia él.
Juan, amaba a Jesús, y no podía estar un rato sin su compañía. Incluso sabiendo que había muerto y no teniendo claro aquello que había oído de la resurrección, a la mínima indicación de la Magdalena salió a buscarlo. ¿Soy yo así?, ¿o puedo apañármelas para vivir sin Jesús? ¡Pues qué triste!
No, yo tengo que ser de los que vuelan a buscar a Jesús, a estar con él. Mi oración de hoy tiene que ser tan dinámica como las acciones de Juan y de Pedro y de la Magdalena… y de los pastores en Belén, y de los Magos de Oriente… Una oración pidiendo fuerzas para correr detrás de Jesús; una oración dando gracias por tantas cosas como he “visto y oído y palpado”; una oración ofreciéndome para ser testigo de Jesús de todo eso que visto, donde haga falta; una oración alegre porque este Niño que acaba de nacer lo hace no sólo para morir, sino para resucitar y, saliendo del sepulcro, confortar a todos los hombres con la noticia de que ya está hecha la Redención del hombre: ¡Gloria, Aleluya!