No es difícil establecer paralelismos entre la lectura de hoy sobre el nacimiento de Sansón, el evangelio con el anuncio del nacimiento del bautista a Zacarías, y el pasaje de la Anunciación del arcángel San Gabriel a la Virgen María. De hecho, aunque muy distantes en el tiempo, los dos primeros son anuncios de lo que tenía que venir: La llegada del Dios hecho hombre. Por eso la Iglesia nos los presenta juntos en este tiempo de Adviento para hacernos ver la unidad de la sagrada escritura.
Me parece especialmente atractivo el evangelio de hoy, por lo que tiene de humano. Un anciano que con el paso de los años y el silencio de Dios, ya se había olvidado de su oración ante el Señor y se había hecho escéptico. Y sin embargo, nos dice el texto que tanto él como su mujer Isabel:”…eran justos ante Dios, y caminaban sin falta”. Es decir eran fieles seguidores del Señor y cumplidores de su ley. Por tanto, no se puede decir que fueran incrédulos o fueran paganos. Pero sí que, en el caso de Zacarías, había perdido la fe, no la teórica, pero sí la real. A pesar de su servicio como sacerdote la rutina y el escepticismo habían anidado en su corazón. Quizás por eso es por lo que cuando se le apareció el ángel del Señor, de pie a la derecha del altar del incienso, Zacarías se sobresaltó y quedó sobrecogido de temor. Porque no se podía imaginar la presencia real de un enviado divino. A pesar de las palabras del ángel, “No temas, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado”, no era capaz de asimilar la irrupción real y directa del Señor en su vida. Por eso, a pesar de lo evidente, necesitaba una confirmación que le sacara de su duda, de su inseguridad: “¿Cómo estaré seguro de eso? Porque yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada”.
A diferencia de la Virgen María, Zacarías no se fiaba, no estaba seguro de la acción de Dios, no tenía fe en su poder, en su magnanimidad. Pudo más su edad avanzada, su fe erosionada por el paso del tiempo y la rutina sirviendo en el templo viviendo junto a lo sagrado. Por eso, su fe necesitaba ser espoleada, necesitaba un revulsivo, y eso fueron las palabras del ángel: “te quedarás mudo, sin poder hablar, hasta el día en que esto suceda, porque no has dado fe a mis palabras, que se cumplirán en su momento”. No era un castigo, no. Era la acción de Dios que buscaba el crecimiento de la fe de su fiel servidor, la maduración de una fe apagada, que era llamada a crecer en el amor, a “entrar más adentro en la espesura. Por eso le profetizó también que Zacarías se llenaría de alegría.
Esto también lo hará el Señor con nosotros, ahondar más nuestra fe para llenarla de más alegría.