Quiero empezar los puntos de esta noche con las palabras gozosas de la Exhortación del Papa Francisco. Cuando me la leí por primera vez no me quedó más remedio que volver a empezarla. Sentí la necesidad de beber las palabras del Papa, de hacerlas vida. En el punto 1 dice:
“1. LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría.”
Cuando cada mañana me levanto voy con esa esperanza a la oración, de llenarme el corazón, de coger fuerzas para ser otro Cristo entre mis compañeros y compañeras, entre los niños y niñas. Quizá sea yo el único que habla de Dios a algunos de estos. Necesito estar lleno de Él para poderlo dar.
El otro día los niños y niños de 2º de Primaria, 7 años, me decían que Pedro no había venido porque su madre había muerto el día anterior. Hablar de la muerte a pequeños de esa edad… Había que hacerlo. Uno, llorando, me decía que su madre había estado llorando toda la noche. Él también.
Me senté en la mesa del profesor y les dije: Ella está en el cielo y ha recuperado su salud y su juventud. Ella está más feliz allí donde no hay enfermedad ni dolor. Está feliz junto a Dios, esperando un día abrazar a sus hijos en el cielo.
En el colegio está Pedro de 7 años y su hermana de 9, Celia. Al día siguiente cuando vinieron acaricié a Miguel y traté con mucha delicadeza a Sofía. Ahora les quiero más a los dos.
En el número tres el Papa nos dice:
“3. Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque «nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor». Al que arriesga, el Señor no lo defrauda, y cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos.”
Si nosotros tenemos cada día ese encuentro personal con Jesucristo puede que otros se encuentren con Él a través de nosotros.
El otro año llegó al colegio una niña nueva, Rebeca con 8 años. Yo le decía: –tienes una sonrisa preciosa que me regalas cada día, pero no quiero tus sonrisas, quiero que me hagas la tarea. Ella me sonreía y sus ojos pícaros brillaban.
Esta semana se marcha del colegio a vivir a Valencia. Su padre pega a su madre y la madre y sus cuatro hijos huyen a casa de la abuela en Valencia.
En la última clase que le di, sobre la Eucaristía, me abrazaba y decía que me iba a echar mucho de menos. Este curso había conseguido hacer todas sus tareas y muy bien hechas. Yo le decía que allí encontraría un profesor de Religión mejor que yo. Pero ella me decía que nunca encontraría un profesor como yo. Este curso la he querido especialmente, he tenido mucha paciencia y ella se ha esforzado, y por fin ha conseguido llevar todo al día.
El Papa añade:
«Tu Dios está en medio de ti, poderoso salvador. Él exulta de gozo por ti, te renueva con su amor, y baila por ti con gritos de júbilo» (So 3,17). Es la alegría que se vive en medio de las pequeñas cosas de la vida cotidiana, como respuesta a la afectuosa invitación de nuestro Padre Dios”
Para terminar os invito a que leáis las palabras que nos regala la liturgia de este día. Yo siempre las leo antes de la oración y son mis puntos de cada día. Isaías nos dice:
“…así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo.”
Que su Palabra inunde nuestra vida de alegría y seamos capaces de hacer Su Voluntad y cumplamos Su encargo. No vaya a ser que vuelva vacía.
“Cuando uno grita, el Señor lo escucha
y lo libra de sus angustias;
el Señor está cerca de los atribulados,
salva a los abatidos.”
Que, como dice el Salmo, confiemos en Dios y vivamos la alegría del Evangelio porque el Señor siempre nos escucha y nos libra de todas nuestras angustias.
“Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso”
Hagamos caso a Jesús y no usemos muchas Palabras. Confiemos en Él y dediquemos más tiempo a escuchar su Palabra más que a decir la nuestra.