¡Ven, Espíritu Santo, abre nuestros oídos! Ojalá escuchemos hoy la voz del Señor.
Sí, la oración de hoy debe empezar con un buen lavado de oídos. Nos lo pide el salmista, nos lo pide el profeta Jeremías, nos lo exigen estas lecturas tan contundentes. Si no escuchamos al Señor después de estas palabras atronadoras de hoy, no sé quién nos podrá salvar… Sólo el propio Dios.
Pero, ¿por qué se pueden cerrar nuestros oídos? Nuestros oídos se pueden cerrar por obstinación del corazón, por seguir nuestras ideas terrenas y habituarnos a no hacer caso a Dios, por darle la espalda. Nuestros oídos se cierran porque se llenan de inmundicia, es decir, se obturan de cera los conductos auditivos por prestar oído a tantas frivolidades, a tantas noticias insulsas, a las maledicencias, a las mentiras, a los halagos del mundo… Nuestros oídos se cierran porque nos los cierra Belzebú. Sí, sí, el diablo, que existe, y que tiene mucho interés en que no nos demos cuenta de que existe. Cierra nuestros oídos a los susurros de Dios, a la música celestial, a la palabra eterna del Evangelio, a las palabras eficaces de tantos predicadores de bien que también hay por el mundo. Al demonio no le interesa que escuchemos a nadie nada más que a él.
Después de este paso por el otorrino para que nos diagnostique la causa de nuestra otitis, tenemos que aplicar la mejor medicina para curarnos. Cristo. Él mismo abrió los oídos a varios sordos de aquellos campos de Palestina. El sabe abrirlos eficazmente.
Pero además el evangelio de hoy presenta al mismo Cristo que libera de su mudez a un hombre. Sí, no solamente necesitamos a Cristo para que nos permita oír, sino que también lo necesitamos para que nos ayude a hablar. No podemos callar lo que hemos recibido, hay que proclamarlo a los cuatro vientos.
Escuchemos en esta oración al Señor, a ver qué nos quiere decir, e inmediatamente salgamos a la calle a contárselo a todo el que se ponga a tiro.
Cristo hace milagros. Cristo lee los pensamientos de los que le increpan. Cristo desenmascara a Belzebú. Cristo enseña sana doctrina. Cristo se pone como centro al que hay que unirse… No hay duda, Cristo es Dios. Proclamémoslo.