* Primera lectura: Confianza, obediencia y conversión
La primera lectura nos ofrece una descripción de acciones típicas y propias de la conversión. Se trata de reemplazar las obras malas por obras buenas. Y lo primero que nos llama la atención es que la conversión se describe en términos de "obras" y no sólo en términos, por ejemplo, de afectos o propósitos o resoluciones -que son necesarios tener también-. Convertirse es obrar de otro modo.
Así la conversión supone dos cosas: un acto de confianza, por el que entregamos el control del proceso de cambio a Dios; y un acto de obediencia, por el que nos dejamos moldear y rehacer en sus manos. La confianza nos abre a una escucha profunda y sincera; la obediencia nos lleva a realizar aquellos actos concretos que van dando un perfil a nuestra vida.
* Salmo responsorial: Ante el Señor los que todo lo poseen, los poderosos conforme a los criterios de este mundo, no tienen precedencia sobre los pobres y desvalidos. Sólo el hombre de corazón recto, fiel al Señor, es el más importante en su presencia. Pero, sabiendo que todos somos pecadores, no podemos vivir despreciando a los demás. Con todos hemos de ser misericordiosos como Dios lo ha sido para con nosotros. Pues la misma medida que utilicemos para con los demás, esa misma medida se utilizará para tratarnos a nosotros. Si acudimos al Señor para que preste oídos a nuestras súplicas, para que nos proteja, para que nos salve, para que tenga compasión de nosotros, para que nos llene de alegría y para que dé respuesta a nuestras súplicas, antes tenemos que meditar si nosotros hemos hecho lo mismo con nuestro prójimo cuando acudió a nosotros cargado, oprimido por todos esos males y buscando socorro en nosotros. Tratemos no sólo de rogarle a Dios que se muestre como Padre compasivo para con nosotros; pidámosle también que nos ayude a convertirnos en un signo de su amor para nuestros hermanos, especialmente para quienes viven hundidos en la maldad o en la miseria.
* Evangelio: La figura del apóstol y evangelista Mateo es muy representativa de quienes podemos llegar a pensar que, por nuestra débil condición de pecadores, es difícil que el Señor se fije en nosotros para colaborar con Él.
Jesucristo le dice sin más: «Sígueme» (Lc 5,27). Con él hace exactamente lo contrario de lo que una mentalidad “prudente” pudiera considerar. Si hoy queremos aparentar ser “políticamente correctos”, Leví —en cambio— venía de un mundo donde padecía el rechazo de todos sus compatriotas, ya que se le consideraba, sólo por el hecho de ser publicano, colaboracionista de los romanos y, posiblemente, defraudador por las “comisiones”, el que ahogaba a los pobres para cobrarles los impuestos, en fin, un pecador público.
A los que se consideraban perfectos no se les podía pasar por la cabeza que Jesús no solamente no los llamara a seguirlo, sino ni tan sólo a sentarse en la misma mesa.
Pero con esta actitud de escogerlo, Nuestro Señor Jesucristo nos dice que más bien es este tipo de gente de quien le gusta servirse para extender su Reino; ha escogido a los malvados, a los pecadores, a los que no se creen justos: «Para confundir a los fuertes, ha escogido a los que son débiles a los ojos del mundo» (1Cor 1,27). Son éstos los que necesitan al médico, y sobre todo, ellos son los que entenderán que los otros lo necesiten.
Para nosotros, sujetos de la salvación de Dios y protagonistas de la Cuaresma, Dios quiere un corazón contrito y humillado. Éste es el tipo de gente que, como dice el salmista, Dios no menosprecia.
Cristo es el remedio de nuestros males. Debemos ir a Él como el enfermo va al médico, diciendo lo que le pasa y con deseos de curarse. Señor, si quieres, puedes curarme (Mateo 8, 2).
Oración final:
Dios todopoderoso y eterno, te pedimos que tu Hijo, que se encarnó en las entrañas de la Virgen María y quiso vivir entre nosotros, nos haga partícipes de la abundancia de su misericordia. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.