Desde el comienzo de la Cuaresma la Palabra de Dios nos sitúa frente a la necesidad de una conversión del corazón. Hoy nos lo recuerda de muchas maneras a través de los textos litúrgicos. Pidamos al Espíritu Santo luz para entender y un corazón generoso para poner por obra lo que él nos inspire.
La conversión del corazón consiste, según nos recuerda el libro de Jonás, en aceptar los planes de Dios en nuestra vida, en dejarle hacer de una vez a Él.
Nos empeñamos en seguir nuestro camino, en no dejar entrar a nadie en nuestra vida, en decir continuamente: yo dirijo mi vida. Y, sin embargo, si nos detenemos a reflexionar un poco, descubrimos que nos dejamos llevar de muchas cosas, que no nos llenan. A veces no son grandes cosas, sino pequeños “amorcejos”, que diría santa Teresa, que le tienen cogido el sitio al verdadero amor.
Después de intentar huir del Señor, al final Jonás descubre que no puede escapar, que el amor de Dios le persigue. Lo acepta, se entrega, y Nínive se convierte. Es decir, el Señor llena su vida de plenitud, le da un sentido, la hace un don para los demás. Eso mismo quiere hacer en la nuestra, si le dejamos.
Jonás fue un símbolo para los habitantes de Nínive. Símbolo que supieron descubrir. En este tiempo de Cuaresma la vida que nos rodea, las necesidades de nuestros hermanos, amigos, familiares, compañeros, son una señal para el cristiano, para el discípulo de Cristo. Saber descubrir a través de ellos una llamada del Señor, llamada llena de amor misericordioso. Como somos ciegos, como no nos lo terminamos de creer, tenemos que invocar al Señor como el autor del salmo. Más que una llamada arrepentida al Dios de la misericordia, que también, lo veo como una llamada a que yo acepte su misericordia en mi vida. Eso es tener un corazón quebrantado y humillado. Repetirlo hoy en mi oración: “un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias”.
Pero no dejar de mirar hoy a Cristo, en el desierto, o clavado en la cruz. Porque la verdadera señal que puede indicarnos el camino es Cristo crucificado. Hemos de vivir esta Cuaresma, como María en Getsemaní, al pie de la cruz, recibiendo la lluvia de misericordia que mana de su Corazón abierto. Pidámoslo hoy con sencillez en nuestra oración.