Mt 17 1 -9
Al empezar la oración hay que pedir luz al Espíritu Santo, ponerme en la presencia de Dios consciente de ante quién estoy y de qué voy a hacer para que ese encuentro con Él solo sea como todo el día, ordenado en su servicio y alabanza.
En este 2º domingo de cuaresma la Iglesia nos presenta en el evangelio el pasaje del Tabor donde Jesús está en medio de Moisés y de Elías. Estos dos personajes bíblicos son como el resumen del A.T, “la ley y los profetas”.
Es la repetición de la escena del Bautismo en el Jordán, donde se abrió el cielo y se oyó: “Este es mi Hijo, a quien yo quiero, mi predilecto”. En el pasaje de hoy la voz dice las mismas palabras, pero añade algo que no dijo la voz sobre el río Jordán: “Escuchadle”. En el Tabor, Jesús, el nuevo Moisés, no recibe las tablas de la ley. El mismo se ha convertido en las tablas de la ley, es a Él a quien hay que escucharlo.
Tenemos el peligro de vivir un cristianismo anclado en el Sinaí y que no ha pasado aún por el Tabor, tomamos como referencia a las tablas de la ley y no a la escucha y el seguimiento de Jesús. Es una fe barata que le basta con llegar a ciertos niveles que no traspasan la frontera del pecado mortal. La fe de Jesucristo es la que nos pone delante de nuestra conciencia la escucha y el seguimiento de Jesús pobre, obediente y casto. Es la fe de los santos, de los que intentaron reproducir los sentimientos y actitudes de Jesús y no quedarse con los preceptos del Decálogo. Eso es salir de la propia tierra y de la casa paterna, para entrar por los caminos de Dios, es someterse al yugo suave y a la carga ligera del seguimiento de Cristo.
El hecho de la transfiguración se sitúa en el camino de la subida de Cristo a Jerusalén, la ciudad que mata a los profetas, y donde Él va a consumar su peregrinación terrena, su disponibilidad a la llamada de Dios. Al llevar con él a Pedro, Santiago y Juan quiere que aprendan tres cosas: Deben ver a Jesús en su gloria dialogando con los representantes de la Ley y los Profetas; que escuchen del mismo Dios que Jesús es el Hijo predilecto; y ser invitados por Dios a escuchar a Jesús sin reservas sus palabras de sufrimiento y muerte, en lugar de oponerse a ellas.
El seguimiento de Cristo es la experiencia de sentirse, en la debilidad de nuestra existencia, aceptados por Él. Esa es la gracia sobre la que puede comenzar a fluir esa gracia plena de la escucha y del seguimiento de Cristo vivo. Pidamos la gracia de poder acompañarlo en esta subida para luego sentir en nosotros los efectos de su resurrección gloriosa.