20 marzo 2014. Jueves de la segunda semana de Cuaresma – Puntos de oración

Iniciamos nuestro tiempo diario exclusivo con el Señor, poniéndonos en su presencia y recordando la oración preparatoria de San Ignacio:

“Pedimos gracia a Dios nuestro Señor, para que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de su divina majestad”.

Invocamos al Espíritu Santo, a la Madre y especialmente al “lento pero seguro” san José, en el día posterior al de su fiesta. A este hombre, que creyó y vivió siempre en la fe, que no necesitó que un muerto resucitase, le encomendamos nuestra perseverancia en la oración.

Las lecturas de hoy nos hablan del hombre que ha puesto su confianza en el Señor. Ese será dichoso, en oposición del hombre que sigue el consejo de los impíos. Entre el segundo y el tercer anuncio de la pasión, el capítulo dieciséis del evangelio según Lucas incluye la parábola del hombre rico y Lázaro el mendigo. La parábola contiene elementos que nos pueden hacer reflexionar.

  • Percibimos un toque de atención sobre el hecho de que la eternidad se prepara ya en el tiempo. En los días que dura nuestra existencia terrena, que discurren con rapidez, decidimos nuestra existencia eterna. Tanto el mendigo como el rico viven eternamente. La forma de vivir esa existencia definitiva se decidió cuando uno vivía rodeado de dolor y miseria, pero fiel a Dios, mientras que, por el contrario, el otro gozaba de la vida, pero olvidando a Dios y a su prójimo.
  • La riqueza o más bien el apego a la riqueza como un obstáculo difícil de salvar para llegar triunfante a la eternidad. “¡Qué difícil será que los que tienen riquezas entren en el reino de Dios!” (dirá Jesús en otro momento). En esta meditación, no dejemos de pedir recibir la gracia de entender y vivir nuestra mística de las “manos vacías”.
  • No podemos desentendernos de los pobres como escribe el Papa Francisco: “Nadie debería decir que se mantiene lejos de los pobres porque sus opciones de vida implican prestar más atención a otros asuntos. Ésta es una excusa frecuente en ambientes académicos, empresariales o profesionales, e incluso eclesiales. Si bien puede decirse en general que la vocación y la misión propia de los fieles laicos es la transformación de las distintas realidades terrenas para que toda actividad humana sea transformada por el Evangelio, nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por los pobres y por la justicia social” (Evangelii Gaudium 201).
  • En las últimas frases de la parábola, el condenado ruega a Abraham que envíe a Lázaro a casa de sus hermanos. Lázaro podrá darles testimonio de la vida eterna y advertirles de que también a ellos los aguarda, su propio destino eterno. Abraham responde que para eso tienen a Moisés y a los profetas, la Escritura y los predicadores, diríamos hoy. El atormentado replica que eso no va a servir. Lo que está en la Escritura y lo que predica la Iglesia ya no impresiona. Pero si fuera un muerto recapacitarían. A lo que Abraham responde que si no escuchan lo que dice la Escritura y la enseñanza, tampoco se convencerán por el hecho de que alguien regrese del más allá. Jesús no ha escogido el nombre de Lázaro al azar, habrá un personaje histórico con ese nombre que regresará del más allá, su amigo Lázaro de Betania. Pues bien, el capítulo 12 del Evangelio de san Juan, nos cuenta cómo reaccionan unos y otros: “Una gran muchedumbre de judíos supo que estaba allí, y vinieron, no sólo por Jesús, sino por ver a Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Los príncipes de los sacerdotes habían resuelto matar a Lázaro, pues por él muchos judíos iban y creían en Jesús”. Por muchas formas en las que Dios nos hable de la eternidad, siempre habrá hombres que ponen su confianza en Dios y otros que siguen el consejo de los impíos.

Podemos concluir estas reflexiones con un coloquio con el Señor. San Ignacio nos lo precisa: “el coloquio se hace, propiamente hablando, así como un amigo habla a otro, o un siervo a su señor: cuándo pidiendo alguna gracia, cuándo culpándose por algún mal hecho, cuándo comunicando sus cosas y queriendo consejo en ellas. Y decir un Pater noster (Ejercicios Espirituales).

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