Hoy
celebramos el santo de la Virgen, su nombre. Y con él celebramos también el
santo de la Milicia, porque es Milicia de Santa María. Por eso al comenzar
nuestro rato de oración vamos a alegraros con María, como le pidió el ángel en
la Anunciación: “Alégrate, llena de gracia”.
El
nombre de la Virgen, María, esconde un misterio lleno de gracias para toda la
Iglesia. Esta festividad se instituyó a comienzos del siglo XVI con el objeto
de que los fieles encomendasen a Dios, por intercesión de su Santa Madre, las
necesidades de la Iglesia. De ahí se extendió a toda España y en 1683 el papa
Inocencio XI la amplió a toda la Iglesia de Occidente. El papa lo hizo como
acción de gracias por el levantamiento del sitio de Viena por parte de los
turcos y su derrota frente a las tropas cristianas, encabezadas por el rey de
Polonia, Juan Sobieski. María salió al paso ante la llamada de sus hijos en un
momento crucial de la historia de Europa. Ella también sale a nuestro encuentro
y nos ampara en los momentos difíciles de nuestra vida.
Por ello, no
dudemos en encomendarnos a ella, pronunciando su nombre, en todas las
situaciones importantes de nuestra vida, delicadas, difíciles o alegres. Y
empecemos haciéndolo en nuestra oración de hoy, saboreando esta frase del
evangelio de san Lucas que ha de resonar también en nuestro interior durante
todo el día:
“Y el nombre
de la Virgen era María”
El padre
Tomás Morales, en los puntos que nos ha dejado para este día de la Virgen, va
desgranando distintos significados del nombre de María. He aquí un breve
resumen de las ideas que nos quiso dejar, pues pueden ayudarnos a vivir todo el
día en intensa oración con María: «con el dulce nombre de María siempre
en el corazón».
María, Esperanza. Arco
iris de ilusión y anhelo que une el cielo con la tierra.
María, iluminada.
Llena de luz y transparencia, pues sostiene en sus brazos a la luz del mundo.
María, iluminada y pura, nos embriaga con el aroma de su pureza incontaminada.
San
Bernardo, entusiasmado al mirarla, cantaba un día la salve con sus monjes en
uno de esos anocheceres misteriosos, llenos de melancolía y esperanza, con que
los cistercienses despiden el día rodeando a la Virgen. Al llegar a la petición
final: «Después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu
vientre», Bernardo sólo sigue cantando lleno de júbilo, loco de amor: «¡Oh
clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María!» Desde aquella histórica
noche, la salve, «ese quejido de angustia, y cántico también de esperanza y
amor » queda completada para siempre.
María, Estrella
del mar. En las tormentas de la vida, cuando la galerna ruge y
encrespa las olas, cuando la navecilla de nuestra alma está a punto de
naufragar: Dios te salve, María, Estrella del mar. La estrella irradia su luz
sin corromperse. María es la noble y brillante estrella que baña en su luz a
todo el orbe. Es la Estrella bella y hermosa reluciendo en las tinieblas del
mundo y marcándonos la ruta del cielo.
A ti,
militante de la Virgen que todavía peregrinas hacia la patria, San Bernardo te
dice en este día del Santísimo y Dulce Nombre de María: «No apartes tu mirada
del resplandor de esta Estrella, si no quieres sucumbir entre las olas del
mundo. Cuando soplen los vientos de las tentaciones o te abatan las
tribulaciones, mira a la Estrella, invoca a María. Cuando olas furiosas de
soberbia, ambición o envidia amenacen tragarte, mira la Estrella, invoca a
María. Si la ira, avaricia o impureza quieren hundir la nave de tu alma, mira a
la Estrella, llama a María. Si, desesperado por la multitud de tus pecados,
anegado por tus miserias, empiezas a desconfiar de tu salvación, piensa en
María. En los peligros, en los sufrimientos, en tus trabajos y luchas, piensa
en María, invoca a María. Que su nombre no se aleje de tu corazón ni se separe
de tus labios.»
“Y el nombre
de la Virgen era María”