Ofrecemos nuestras vidas al Corazón de
Cristo, por medio del Corazón Inmaculado de Santa María, nuestra Reina y Madre,
todos nuestros trabajos, alegrías y sufrimientos. Y lo hacemos uniéndonos por
todas las intenciones por las que se inmola continuamente sobre los altares.
Celebra hoy la Iglesia la Exaltación de
la Santa Cruz. Se recuerda en este día la recuperación de la Santa Cruz, obtenida
en el año 614, por el emperador de Constantinopla, Heraclio quien la logró
rescatar de los Persas, robada 300 años atrás por Cosroas, rey de Persia,
colocándola en el mismo sitio en donde había estado el Viernes Santo. La Santa
Cruz, posteriormente, para evitar nuevos robos, fue dividida en varios trozos.
Uno fue llevado a Roma, otro a Constantinopla, un tercero se dejó en Jerusalén.
Otro se partió en pequeñísimas astillas para repartirlas en diversas iglesias
del mundo entero, que se llamaron "Veracruz"(verdadera cruz).
La Cruz es motivo de gloria y honra para
nosotros, nos dirá San Pablo. Y así vivió el, con su cuerpo crucificado y
marcado por el sufrimiento por las veces que fue apaleado, apedreado, golpeado.
Incluso físicamente llevaba también en su cuerpo las señales de la pasión, como
su Maestro. Pablo fue un enamorado de Cristo y por eso siguió sus pasos
imitándole, hasta una muerte violenta. El himno cristológico de la segunda
lectura de la Misa, de la carta de Pablo a los Filipenses, invita realmente a
la oración. Cuando se medita en estas palabras se entienden esas otras que dijo
Jesús de que “aquel que quiera ser el primero, que sea el servidor de todos”.
Se despojó de su rango. Se hizo esclavo. Si comprendiéramos estas palabras nos
pondríamos al servicio de los demás, no para engreírnos por aquello de que el
que sirve es el que vale, sino sabiendo que los demás están por delante de mí.
Así nunca habría quejas de mí hacia los demás porque sé que lugar me
corresponde.
El Evangelio nos invita a mirar a la
Cruz y así, viendo a Cristo en su total entrega de amor, podamos decir: Jesús,
yo creo con todo mi corazón en ti. Viéndote así, creo totalmente en tu amor
para conmigo. Si creemos esto, tenemos vida eterna. Santa Teresa nos decía
“mirad al crucificado y todo se os hará poco”. Os invito en este rato de
oración a mirar a Cristo Crucificado. Pedir perdón; pedir gracia; pedir luz;
pedir fuerza para comprender y vivir el valor redentor del sufrimiento en mi
vida. La Cruz ciertamente es un misterio. Sólo con la fe se puede entender el
valor redentor de este sufrimiento. Cuando se nos van metiendo en el corazón
criterios de mundo, no lo comprendemos. Pero si somos constantes en la oración
y deseamos sinceramente amar a Jesucristo, él nos dará la fuerza para
abrazarla.
Que la Virgen Dolorosa nos alcance esta
gracia. “Haz Madre, que su cruz me enamore y que en ella viva y more, de mi fe
y amor indicio; porque me inflame y encienda, y contigo me defienda en el día
del juicio”.