21 septiembre 2014. Domingo de la XXV semana de Tiempo Ordinario – Puntos de oración

Empezamos nuestra oración invocando al Espíritu Santo: “Ven Espíritu Divino e infunde en nuestros corazones el fuego de tu amor”.
La mayoría de las personas que leemos y rezamos con esta oración del militante tenemos la dicha de haber sido educados en el amor del Señor y hemos tenido el gusto de conocerle y seguirle desde hace ya varios años. El Señor nos ha cuidado desde el principio y nos ha dado todo lo que ha sido siempre mejor para nosotros y para nuestro crecimiento como personas. Además, nosotros, aunque Dios no lo necesita, hemos intentado siempre agradarle incluso con nuestras debilidades. Podemos asemejarnos en parte a los jornaleros que nos dice el Evangelio que son contratados al inicio del día, hemos trabajado desde bien pronto en la viña del Señor. Por otro lado, están aquellos que son llamados, conocen al Señor la mitad de su vida y entran a formar parte de los jornaleros. Por último están los que son llamados al final de su vida y responden al Señor con alegría, como la nuestra en el primer día que le encontramos. Como los primeros jornaleros, nos creemos importantes y pensamos que por haber trabajado más tiempo en la viña, por haber hecho más cosas, merecemos mayor paga que los últimos. Tenemos envidia de estos últimos y clamamos contra el Señor, lo cual demuestra el pequeñito amor que tenemos por Dios y por nuestros hermanos más pequeños, mostrando claramente nuestro egoísmo y que nos miramos a nosotros mismos.
Dios ama a todos por igual y es lo que nos quiere mostrar con esta actitud en la viña. Es parecido en este sentido a la parábola del hijo pródigo cuando el hijo mayor se queja y no entiende el comportamiento de su padre al recuperar al hermano perdido.
Lo único importante es dar todos los días gloria a Dios, independientemente del tiempo que haya pasado desde que le hemos conocido. Como nos dice San Pablo en la segunda lectura de este día, “para mi la vida es Cristo”, sólo Cristo y no mirarme a mi mismo ya que Cristo está en mi hermano.
Al acabar nos acordamos de la Virgen, nuestra madre, y nos ponemos en sus manos.

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