La fiesta de Nuestra Señora de los Dolores después del día de la Exaltación de la santa Cruz nos habla una vez más de la unión entre Jesús y su Madre, María. Lo mismo que después de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, se celebra la memoria del Corazón Inmaculado de María, hoy se prolonga la contemplación de la Santa Cruz, mirando el corazón traspasado de María al pie de la Cruz. Ella nos quiere enseñar a mirar a Jesús crucificado para encontrar en Él la “fuerza y la sabiduría de Dios” (San Pablo).
Meditemos en primer lugar en la presencia de María al pie de la cruz de su Hijo. No se habla muchas veces en el evangelio de la presencia de María. No la encontramos en la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, ni tampoco se la ve en los momentos de exaltación de Jesús durante su vida pública a causa de sus milagros; por ejemplo cuando querían hacerle rey tras la multiplicación de los panes y de los peces. Pero sí está a pie de la cruz, donde se requiere su presencia maternal. Y esto es una ley de la vida cristiana: “A la Virgen siempre se la encuentra en el camino de la Cruz. Como Madre acompañó a su Hijo y acompaña a todos los atribulados. Nos lleva a vencer el sufrimiento con amor… La Virgen, en el camino de la cruz es la buena noticia, pues nos dice que el Señor no nos abandona nunca” (Francisco Cerro). Esta presencia de María se prolonga hoy en la Iglesia como Madre que está siempre al lado de los que sufren, compartiendo su dolor y llevando la esperanza que brota de la cruz de Jesús. Podría preguntarme si procuro ser como María y estar cerca de los que sufren o necesitan apoyo.
Jesús nos entrega a su Madre como madre nuestra desde la cruz. La encomienda de María a Juan es un acto de ternura y de piedad del Hijo hacia su Madre, que no quiere que se quede sola y la encomienda al discípulo amado. Pero también es un gesto que traspasa el tiempo: el Redentor del mundo está encomendando a María como mujer un papel de maternidad que abarca a todos los seguidores y discípulos de Jesús a lo largo del tiempo. La Virgen María es consagrada como Madre de la Iglesia al pie de la cruz: “Ahí tienes a tu Madre”.
Miramos los corazones de Jesús y de María y descubrimos el desprendimiento que este gesto supone. Jesús en la cruz se desprende de lo único que le queda ya, su Madre. Después se queda sin nada, lo ha dado todo: nos ha amado hasta el final. La entrega de sus Madre es el último don de Jesús, un don maravilloso que completa su entrega total. Poco después puede decir antes de expirar: “Todo está cumplido”.
Por parte de María, descubrimos también el acto de amor que supone recibirnos como hijos. Ha tenido que unirse a Jesús perdonándonos desde la cruz: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Así describe Abelardo de Armas este momento en una de sus canciones: “Y cuando quieras descubrir que bajar es subir la cumbre de la humildad, pon tus ojos en la Mujer que por Madre Jesús en la cruz te quiso dar. Mirándola descubrirás que no hay acto mayor en toda la creación que aceptar ser madre de ti que matabas a Aquel que en su seno se engendró”