En un día dedicado a la memoria del
padre Morales, podemos iniciar nuestro rato exclusivo con el Señor,
recordando la “savia carmelitana” con una oración de Santa Teresa que él hizo
vida:
“Vuestra soy, para Vos nací,¿qué mandáis hacer de mí’? Vuestra soy, pues me criaste,Vuestra, pues me redimiste,Vuestra, pues que me criaste,Vuestra, pues que me sufriste,Vuestra, pues que me llamaste,Vuestra, porque me esperaste,Vuestra, pues no me perdí:¿qué mandáis hacer de mí? Si queréis, dadme oración,Si no, dadme sequedad,Si abundancia y devoción,Y si no esterilidad.Soberana Majestad,Sólo hallo paz aquí:¿qué mandáis hacer de mí?
Los que recibimos algunas tandas de
ejercicios con el padre Morales no podemos dejar de recordar la “indiferencia
ignaciana” que predicaba, al leer la oración de la santa.
Invocamos al Espíritu Santo, recordamos
que siempre en nuestro rato diario de oración estamos acompañados por la
presencia maternal de María. A san José siguiendo otro consejo del padre
Morales, le pedimos por nuestra perseverancia.
Sujetemos nuestra imaginación,
metiéndonos en una escena en la que Jesús de pie con su túnica blanca de una
sola pieza, caminando con discípulos a su alrededor, alguno de ellos
podemos ser cada uno de nosotros. Empieza a hablarnos del “sembrador” que
es una figura con la que el Señor se identifica.
El padre preparaba a sus militantes para
que aspirasen a ser tierra buena. Los cuatro puntos cardinales de su pedagogía
(Mística de exigencia, Espíritu combativo, Cultivo de la reflexión, Escuela de
constancia) trataban de asentar la “base humana” sobre la que edificar una
espiritualidad encarnada.
Parece que en los cuatro casos de la
parábola se escucha la palabra. Es un primer paso. Tanto el salmo 45 “Oye,
hija, y ve, e inclina tu oreja”, como san Pablo en Romanos (10,17)
indican que es el principio.
Ahora bien, “muy poco aprovecha que
suene la voz de la verdad divina en lo de fuera, si no hay orejas que la quieran
oír en lo de dentro” (san Juan de Ávila). En la parábola solo uno de los cuatro
llega a dar fruto.
A unos les aparta de la palabra las
cosas vanas, lo superficial (el mundo). No tienen raíz. “La mentalidad
corriente está fabricada de compromisos. Nos traiciona el deseo de agradar .Se
envidia al que sabe arreglárselas para quedar bien con todos, aunque la verdad
naufrague. Lo importante es no buscarse complicaciones. …..Se piensa que quien
no se acomoda, aunque sea traicionando la verdad, no triunfa en la vida”.(Tomas
Morales-Forja de hombres).
A otros les aparta de la palabra las
cosas regaladas, los placeres de la vida, (la carne). El padre repetía con
frecuencia aquella frase de Paul Claudel: “la juventud está hecha para el
heroísmo, no para el placer” o esa otra de Timón David: “A los jóvenes, si se
les pide poco, no dan nada; si se les pide mucho, dan más”.
Los terceros serían aquellos que “viene
el diablo y se lleva la palabra de sus corazones, para que no crean y se
salven”. Recuerdo al padre Morales en ejercicios, utilizando algunas pláticas
para explicar el credo del diablo y las reglas de discreción de espíritu de san
Ignacio. Era una época en la que al sacerdote que hablaba del diablo, se le
etiquetaba de pre-conciliar.
“Dios no está ciego, nos dice san Juan
de Ávila. Dios nos ve con nuestras imperfecciones, miserias, limitaciones. Y
sin embargo nos ama a pesar de todo esto, porque Él es el Amor, es la bondad,
es la perfección” (Abelardo de Armas – Febrero 2001 – Agua viva).
Por eso el padre recalcaba al explicar
el credo del diablo en uno de sus artículos, que este tiene mucho interés en
que nos quedemos solos. Que creamos que “dar fruto perseverando” es cuestión de
puños, de auto exigencia exclusivamente. Como eso es superior a nuestras
fuerzas, luego el enemigo “mordía, tristaba, inquietaba con falsas razones”
hasta que conseguía nuestro desaliento.
En oposición a esto el padre nos hablaba
de la Madre, de la Misericordia de Dios, de la humildad en pedir la ayuda
fraterna, en definitiva de “no cansarse nunca de estar empezando siempre”.
Acabemos nuestras reflexiones con un
coloquio con Jesús. San Ignacio nos lo precisa: “el coloquio se hace,
propiamente hablando, así como un amigo habla a otro, o un siervo a su señor:
cuándo pidiendo alguna gracia, cuándo culpándose por algún mal hecho, cuándo
comunicando sus cosas y queriendo consejo en ellas. Y decir un Pater noster”.