Hoy se ponen de acuerdo la fiesta que celebramos, la Virgen de la Merced, y el evangelio del día: Jesús enviando a anunciar el Reino y a liberar de toda dolencia. La advocación de nuestra Señora de la Merced está unida a la redención de los cautivos, esclavizados por los musulmanes en el siglo XIII. S. Pedro Nolasco funda la congregación de los mercedarios con este fin, bajo la inspiración de la Virgen.
Rezamos con la oración colecta de la Misa de la Virgen María de la Merced:
Padre misericordioso,
que enviaste al mundo a tu Hijo Jesucristo, Redentor de los hombres,
con la maternal cooperación de la Virgen María,
concede a cuantos la invocamos con el título de la Merced
mantenernos en la verdadera libertad de hijos
que Cristo Señor nos mereció con su sacrificio,
y ofrecerla incansablemente a todos los hombres.
Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
María nos invita en esta fiesta a implicarnos en la misión de su Hijo: mantenernos en la verdadera libertad de los hijos de Dios y ofrecerla incansablemente a todos. Jesús nos llama hoy como a los Doce y nos envía a “proclamar el reino de Dios y a curar a los enfermos”. Puedo traducir esta expresión a mi vida, a mi ambiente familiar, de trabajo… Es ahí donde el Señor me envía a proclamar su cercanía y su proximidad a los hombres, especialmente si sufren. Una proclamación más con los hechos, que con las palabras, con gestos de caridad, aunque también con palabras si es necesario, pues hay que dar razón de nuestra esperanza a todo el que nos lo pida.
Jesús envía a sus discípulos con pocos medios materiales: “No llevéis nada para el camino: ni bastón ni alforja, ni pan ni dinero”. Quiere que confiemos solo en él y no en nuestras fuerzas o en los medios. La pobreza y la austeridad del evangelizador es consecuencia de tener como única riqueza el Reino de Dios: “Sólo quien contempla y vive el misterio de Dios como único y sumo Bien, como verdadera y definitiva Riqueza, puede comprender y vivir la pobreza” (S. Juan Pablo II). Es el ejemplo que nos da S. Pedro Nolasco, comerciante que decide primero dedicar su bienes a redimir cautivos y anima a otros a hacer lo mismo, hasta que funda una Congregación con este fin.
María hoy nos pide –estamos en la Campaña de la Visitación- que nos olvidemos de nosotros mismos para participar en la obra redentora de su Hijo. Hoy puedo anunciar el amor de Dios y llevar la fuerza del Evangelio a los que sufren en su cuerpo o en su alma. Contemplémosla a Ella en su papel de Madre preocupada por la salvación de sus hijos con las palabras del prefacio de la misa de hoy:
Abogada nuestra y dispensadora de los tesoros de la redención,
María cuida siempre con afecto materno
a los hermanos de su Hijo que se hallan en peligros y ansiedad,
para que, rotas las cadenas de toda opresión,
alcancen la plena libertad del cuerpo y del espíritu.