“Vosotros
sois la luz del mundo”. Solamente Cristo puede decir: “Yo soy la luz del
mundo”. Todos nosotros somos luz únicamente si estamos en este
“vosotros”, que a partir del Señor llega a ser nuevamente luz.
El Señor en
las palabras sobre la luz ha incluido una pequeña advertencia. En vez de poner
la luz sobre el candelero, se puede meter debajo del celemín. Preguntémonos: ¿cuántas
veces ocultamos la luz de Dios bajo nuestra inercia, nuestra obstinación,
de manera que no puede brillar por medio de nosotros en el mundo?
En el Bautismo, el Señor enciende por
decirlo así una luz en nuestra vida, una luz que el catecismo llama la
gracia santificante. Quien conserva dicha luz, quien vive en la
gracia, es santo.
A menudo, se
piensa que un santo es sólo aquel que hace obras ascéticas y morales de
altísimo nivel y que precisamente por ello se puede venerar, pero nunca imitar
en la propia vida. Qué equivocada y decepcionante es esta opinión. No existe
ningún santo, salvo la bienaventurada Virgen María, que no haya conocido el
pecado y que nunca haya caído. Cristo no se interesa tanto por las veces que
flaqueamos o caemos en la vida, sino por las veces que nosotros, con su ayuda,
nos levantamos. No exige acciones extraordinarias, pero quiere que su
luz brille en vosotros. No os llama porque sois buenos y perfectos,
sino porque Él es bueno y quiere haceros amigos suyos. Sí, vosotros
sois la luz del mundo, porque Jesús es vuestra luz. Vosotros sois
cristianos, no porque hacéis cosas especiales y extraordinarias, sino porque
Él, Cristo, es vuestra, nuestra vida.
Una vela puede dar luz solamente si la llama la consume. Sería inservible si su cera no alimentase el fuego. Permitid que
Cristo arda en vosotros, aun cuando ello comporte a veces sacrificio y
renuncia. No temáis perder algo y, por decirlo así, quedaros al final con las
manos vacías. Tened la valentía de usar vuestros talentos y dones al servicio
del Reino de Dios y de entregaros vosotros mismos, como la cera de la vela, para
que el Señor ilumine la oscuridad a través de vosotros. Tened la
osadía de ser santos brillantes, en cuyos ojos y corazones resplandezca el
amor de Cristo, llevando así la luz al mundo. Confío que vosotros y tantos
otros jóvenes seáis llamas de esperanza que no queden ocultas.
“Vosotros
sois la luz del mundo”. “Donde está Dios, allí hay futuro”.